La Vanguardia

¿Hay aún izquierda y derecha?

- Ian Buruma I. BURUMA, profesor de Democracia, Derechos Humanos y Periodismo en el Bard College © Project Syndicate, 2017

Después de la Revolución Francesa de 1789, en la Asamblea Nacional los diputados que defendían las conquistas revolucion­arias se sentaban a la izquierda, mientras que los que se oponían a ellas lo hacían a la derecha. De allí surgieron los términos políticos izquierda y derecha. Muchos comentaris­tas de la elección presidenci­al francesa señalaron que estas categorías ya no sirven para describir la política contemporá­nea en Francia (o en cualquier lugar). Emmanuel Macron declara orgulloso que no es ni de derecha ni de izquierda. Marine Le Pen, cuyo Frente Nacional se asocia con la extrema derecha, no coincide: según ella, Macron (que fue ministro en un gobierno socialista) es de izquierda. Pero igual que Donald Trump, Le Pen hizo campaña presentánd­ose como la “voz del pueblo”, mientras que a Macron (como a Hillary Clinton) se le describió como títere de banqueros, élites culturales y plutócrata­s internacio­nales.

¿Queda, pues, algún significad­o en las palabras derecha e izquierda?

Que algo cambió en las últimas décadas del siglo XX es indudable. Los partidos de izquierda comenzaron a perder su base en la clase trabajador­a industrial. La redistribu­ción de la riqueza se fue volviendo menos importante que la emancipaci­ón social de minorías étnicas y sexuales. Los partidos de derecha defendían de palabra el conservadu­rismo social de los votantes menos privilegia­dos de las áreas rurales y provincian­as, pero una vez en el poder hacían lo que fuera mejor para las grandes empresas. Pero como que ello no siempre iba en contra de los intereses de la izquierda, los socialdemó­cratas europeos a menudo formaron gobiernos de coalición con conservado­res pro mercado moderados o democristi­anos. En este aspecto, la distinción entre izquierda y derecha colapsó. La vieja idea de una izquierda representa­nte del proletaria­do oprimido contra los intereses de las grandes empresas y la burguesía es cosa del pasado.

Pero la distinción tradiciona­l entre izquierda y derecha no es sólo económica. La Asamblea Nacional francesa fue escenario de una división más profunda, por ejemplo entre los dreyfusard­s y los antidreyfu­sards en la década de 1890, o entre el Frente Popular de Léon Blum y Action Française en la década de 1930. Esta división todavía rige en la era de Macron y Le Pen.

Los defensores de la República Francesa, que se tomaban en serio aquello de “libertad, igualdad y fraternida­d”, pensaban la ciudadanía como un concepto legal, no algo basado en la sangre y la tierra. Preferían las institucio­nes a las tradicione­s consagrada­s y el internacio­nalismo al chauvinism­o. El capitán Alfred Dreyfus, el oficial judío falsamente acusado de traición en 1894, fue una figura tan polarizado­ra en Francia porque sus oponentes lo veían como un símbolo de la decadencia de una nación cuya sagrada identidad estaba siendo diluida por la sangre extranjera.

Los antisemita­s, y otros grupos que piensan la sociedad en términos de tierra y sangre, ven invariable­mente a los “banqueros sin corazón” (como calificó Le Pen a su adversario en el debate presidenci­al), como enemigos del “pueblo real (…), el pueblo ordinario y decente” (palabras de Nigel Farage en un acto de campaña en favor de Trump en Misisipi). En este sentido, Macron (que trabajó en un banco para Rothschild y que cree en la apertura de fronteras y las institucio­nes internacio­nales) es un hombre de la izquierda. Y Le Pen, adalid de la France profonde ,la “Francia real” de blancos furiosos y cristianos residentes de áreas rurales, para los que “francés y musulmán” es un oxímoron, es una auténtica descendien­te de los antidreyfu­sards y de Action Française.

Macron consiguió derrotar a Le Pen esta vez. Pero la izquierda socialdemó­crata sigue en crisis. El Partido Laborista del Reino Unido está moribundo. A los socialdemó­cratas holandeses los barrieron en las urnas. Y Trump, un narcisista ignorante sin experienci­a política, consiguió convertirs­e en presidente de Estados Unidos atizando el resentimie­nto popular contra las élites educadas, los banqueros, los extranjero­s, los inmigrante­s y las institucio­nes internacio­nales.

El problema para los socialdemó­cratas hoy es cómo sobrevivir si los desfavorec­idos se vuelcan en masa a la derecha en vez de a la izquierda. ¿Es posible forjar una nueva alianza? ¿Puede la brecha creciente entre ricos y pobres recuperar al menos una parte de la clase obrera blanca para el campo de los inmigrante­s y otras minorías? ¿Es factible otro new deal?

Pero la crisis de la derecha no es menos seria. Puede que Trump (a pesar de proclamars­e defensor de los intereses del pueblo ordinario) se haya rodeado de exempleado­s de Goldman Sachs y titanes corporativ­os. Y muchos republican­os todavía se aferran a él con la esperanza de alcanzar sus metas políticas. Pero en la práctica, Trump secuestró el viejo partido conservado­r proempresa­rial e internacio­nalista. ¿Podrá su variante de populismo nativista y chauvinist­a coexistir con el tipo de capitalism­o cuya prosperida­d depende de las migracione­s continuas, la libertad de movimiento y las institucio­nes globales?

Esta vez Francia eludió el embate xenófobo, pero la última palabra aún no se ha dicho. Aunque la izquierda y la derecha estén en un estado de transforma­ción y confusión, las viejas divisiones que surgieron después de 1789 siguen allí, tal vez más vivas que nunca. Macron tiene buenas intencione­s, pero si su política fracasa, los antidreyfu­sards modernos volverán con nuevos bríos.

El problema actual para los socialdemó­cratas es cómo sobrevivir si los desfavorec­idos se vuelcan en masa a la derecha

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MIRABEAU Y DREUX-BRÉZÉ EN LA ASAMBLEA NACIONAL FRANCESA EN 1789 (CUADRO DE FRAGONARD) / GETTY

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