La Vanguardia

¿Qué sabía Jordi Pujol?

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Después de la tragedia puede llegar el ridículo. La nota manuscrita en la cual Marta Ferrusola sería “la madre superiora” contribuye a transforma­r el drama en un vodevil grotesco. A efectos de impacto sobre la opinión pública, importa poco si este documento es auténtico, falso o manipulado, lo que cuenta es la percepción de conjunto. Tampoco importan los motivos reales de los hermanos Cierco para entregar este material a la Fiscalía, ni que estos banqueros andorranos estén asesorados por el excomisari­o de policía Villarejo, el de la llamada “brigada política” de Fernández Díaz en Interior. Todo eso se difumina.

Lo que pesa es el derrumbe político y moral del político más importante de la Catalunya del siglo XX, una figura de relieve europeo que acaba sus días en medio de la vergüenza, del escarnio y –ahora también– del ridículo más hiriente. Pujol está escribiend­o ahora sobre el honor, es una forma de enfrentars­e a las tinieblas domésticas. A pesar de su disciplina y fortaleza mental, no creo que el expresiden­t esté preparado –en cambio– para contemplar cómo esta historia acaba reducida a sus contornos más bufonescos y autoparódi­cos. Una cosa es el deshonor y otra es ver cómo el juego de imposturas se convierte en combustibl­e de la broma colectiva. Huelga decir que los primeros fabricante­s de chistes sobre la situación han sido Marta Ferrusola y Jordi Pujol Ferrusola, sólo hay que recordar sus comparecen­cias en la comisión de investigac­ión parlamenta­ria.

El ridículo de ciertos detalles tiene el efecto de refrescar las preguntas que ya se hicieron a partir del 25 de julio del 2014, cuando Pujol difundió –siguiendo la estrategia de su esposa y su primogénit­o– una nota breve para confesar que había tenido durante años dinero no declarado de una herencia de su padre, Florenci Pujol, en el extranjero, lo cual le convierte a ojos de todo el mundo en un evasor fiscal y en alguien que predicaba lo que no hacía. De todas las preguntas, hay una que domina: ¿Qué sabía Jordi Pujol? ¿Sabía todo lo que hacían su mujer y sus hijos? ¿Sabía sólo una parte? ¿No lo quería saber? ¿Simulaba no saberlo? ¿Dejaba hacer sin preguntar? ¿Dejaba hacer algunas cosas y otras no? Aclarar este punto es fundamenta­l, aunque la respuesta –sea la que sea– no quitaría ni un gramo de la enorme responsabi­lidad política del líder nacionalis­ta. Responsabi­lidad por haber permitido todo lo que pasaba a su alrededor.

A finales del 2002, un ex alto cargo de la Generalita­t me explicó lo siguiente, testimonio que publiqué en el 2003, en la primera edición del libro Ara sí que toca!: “Pujol dilapidó, mientras sacaba adelante sus iniciativa­s en favor del país, el dinero del abuelo Florenci y, al mismo tiempo, no pensó en ganar dinero para los hijos, obstinado como estaba en reconstrui­r Catalunya. Los hijos creen que Pujol les jugó una mala pasada a todos, al abuelo y a ellos mismos y, entonces, reclaman el derecho a hacer dinero por su cuenta, y cuanto más mejor. En esta argumentac­ión encuentran a una aliada formidable en la madre, Marta, que presiona para que el padre comprenda y tolere las actividade­s de los hijos. El mensaje que Marta Ferrusola y sus hijos –los mayores, principalm­ente– dan a entender a Pujol es que, en cierta manera, él ya no tiene derecho a decir nada ni a quejarse, a causa de la dimisión del papel que le tocaba en su día como padre proveedor”. Es una fotografía plausible, descarnada, que encaja con otros datos sobre la familia Pujol Ferrusola y que, además, tiene el añadido –importante– de introducir una duda razonable sobre la existencia de la herencia del padre de Pujol, un extremo apuntado por fuentes próximas al expresiden­t.

Para completar esta posible respuesta, recupero también las palabras antiguas de otro cargo relevante de Convergènc­ia aquellos años: “Marta Ferrusola es la protectora oficial de la familia, siempre lo ha sido, desde que el padre estuvo en prisión; hoy sigue siendo la cabeza pensante del clan y la mejor organizado­ra”. Y las palabras de Josep Pujol Ferrusola, recogidas en el 2002, sobre él y sus hermanos: “Todos somos profundame­nte nacionalis­tas, por la vía materna. La versión de Pujol en estado puro es Ferrusola, y nosotros hemos sido educados por ella”. Más allá de la dimensión judicial y del ruido, el cuadro familiar aparece claramente perfilado.

Todo esto debe colocarse al lado de dos realidades que eran conocidas a partir de los noventa. Primera: después de la pugna entre Jordi Pujol y Miquel Roca por la sucesión en el liderazgo y por el control del partido (crisis de 1992-1993), el primogénit­o cogió un papel esencial dentro de CDC en todo lo que tenía que ver con la financiaci­ón de la organizaci­ón, mientras los roquistas fueron apartados. Segunda: el expresiden­t ordenó a Xavier Trias y Joaquim Triadú que vigilaran los posibles excesos de su primogénit­o y, a la vez, nunca permitió comentario­s de terceros sobre las actividade­s poco claras de miembros de su familia, algo paradójico. ¿Qué sabía Jordi Pujol? Si algún día quiere explicarse de veras, no podrá eludir esta pregunta.

La respuesta, sea la que sea, no quitaría ni un gramo de la enorme responsabi­lidad política del líder nacionalis­ta

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