La Vanguardia

Del obispo al actor

- JOAN MARTÍ / IMAGEN CEDIDA POR EL ARXIU FOTOGRÀFIC DE BARCELONA

El 16 de mayo de 1931 fue inaugurado al fin el cine Urquinaona. Aquella novedad era noticia no tanto por el hecho de haberse demorado la apertura ni por la eventual calidad de la película Resurrecci­ón, sino al haber buscado el realce publicitar­io por un camino inusual. Y es que el popular charlista Federico García Sanchiz fue contratado para que diera unas conferenci­as sobre el mundo anecdótico de Hollywood, al haber residido allí durante bastantes años y haber amistado con Chaplin.

Cuando se había tratado de escoger un nombre para bautizar aquella sala, que con exageració­n había sido calificada de bombonera, no reflexiona­ron mucho: le impusieron el mismo que ya ostentaba la plaza: Urquinaona.

El estallido de la guerra fue aprovechad­o para echar el cierre por vacaciones. Pasados el miedo y la incertidum­bre , la reapertura aportó la sorpresa del rebautizo, al imponerle el nombre de Ferrer i Guardia.

No se trataba de una iniciativa extemporán­ea, sino para encajarla en el hecho de haber sido ya cambiado el nombre de la plaza. La lápida colocada rezaba así: “Plaça de Francesc Ferrer i Guàrdia, fundador de l’escola moderna i afusellat el 13-X-1909 per la causa de la llibertat”.

Al comienzo de la dictadura franquista, se volvió al origen: le fue devuelto el 7 de marzo de 1939 el nombre de Urquinaona. Poco después se corrigió un detalle, que estaba llamado a tener su trascenden­cia; a principios de agosto recuperó el nombre completo: Obispo Urquinaona.

Ya nadie se acordaba de que el gaditano Urquinaona había sido purpurado barcelonés, pese a que fue muy querido y popular. En efecto, en calidad de senador, defendió, rodilla en tierra, ante sus señorías el proteccion­ismo para la industria textil catalana, con el fin de poder así evitar que sus obreros fueran condenados al hambre. Al regresar a Barcelona fue acogido como un héroe.

Y había logrado también que el Vaticano bendijera una petición suya: que la Verge de Montserrat fuera proclamada patrona de Catalunya.

Pero siempre hay quien tiene memoria, y no dudó en manejar los hilos para denunciar que era inaceptabl­e que el venerado Urquinaona sirviera también para dar nombre a una sala de espectácul­os. La reacción fue inmediata, pues los vientos del nacionalca­tolicismo eran favorables y muy influyente­s.

Y puesto que desde febrero del 39 ya no era cine, sino teatro, se escogió entonces el de Borrás, para homenajear a nuestro popular actor. No sólo se produjo el rebautizo el 19 de mayo de 1943, sino que se aprovechó el cambio para rendir un solemne homenaje a Enric Borràs. Le fue otorgada la medalla de oro de Barcelona, con acto en el Saló de Cent presidido por el gobernador Correa y el alcalde Mateu, y la compañía Santamaría-Beringola puso en cartel El alcalde de Zalamea, para que así triunfara como protagonis­ta.

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La llamativa fachada del cine Urquinaona, pocos años después de haber sido inaugurado

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