La Vanguardia

Dormir poco deja de ser un sinónimo de poder y éxito

Dormir ya no se concibe como un tiempo neutro que despreciar, sino una fuente de vitalidad Descanso y productivi­dad forman un nuevo binomio que observan los empresario­s Los doctores Albares y Terán subrayan su impacto en la salud física y emocional

- CRISTINA SEN Barcelona

Dormir poco ha sido hasta hace poco sinónimo de productivi­dad, acción y éxito. Pero las cosas empiezan a cambiar. Del menospreci­o del sueño, concebido como un tiempo neutro e improducti­vo, se está virando –de la mano de los expertos que investigan el vínculo entre dormir bien y la salud física y psíquica– a una nueva concepción social de este tiempo de descanso. El sueño ya no es la Cenicienta del día, o por lo menos no debería serlo a tenor de lo que se esfuerzan por transmitir los médicos expertos en esta materia.

Es cierto que el debate empieza a cuajar, señala el doctor Javier Albares, director de la unidad del sueño del centro médico Teknon, hay una mayor conciencia­ción sobre la importanci­a de dormir bien, aunque la realidad es que venimos de una larguísima situación nefasta que nace en la revolución industrial en la que se ha vinculado dormir a una pérdida de tiempo. Y también de la influencia de la introducci­ón de la luz eléctrica. Hoy, lo que se considera el tercer pilar de la salud se empieza a introducir en los foros de debate. Si hasta ahora se hablaba de la importanci­a de la nutrición y de la necesidad de hacer deporte en cualquier simposio sobre salud laboral, la relevancia de dormir bien se está incluyendo en muchos programas.

No es casualidad, sino que esta conciencia­ción, aún tímida, llega de la mano de las investigac­iones científica­s en torno a las patologías del sueño. Joaquín Terán Santos, presidente de la Sociedad Española del Sueño, explica que a raíz de los estudios sobre las apneas de sueño y su repercusió­n sobre la salud –por ejemplo, la hipertensi­ón, la obesidad– se empezó a observar también el impacto generaliza­do de la falta de sueño no sólo de quienes tienen patologías, sino en toda la población (véase la informació­n adjunta). Se trata así de reflexiona­r críticamen­te sobre esta sociedad abierta 24 horas, sobre el impacto de los horarios en turnos cambiantes, sobre la organizaci­ón horaria de la sociedad española. Este debate hay que articularl­o y trasladarl­o a la ciudadanía, hay que construir una “cultura del sueño”, señala Terán Santos.

El rotativo The New York Times publicaba la semana pasada un artículo bajo el título “Sleep is the new status symbol” (dormir es el nuevo símbolo de estatus), en que repasaba entre otras cuestiones, cómo en diferentes puntos del mundo no sólo se avanza en tecnología­s y aplicacion­es para medir el sueño y por tanto controlar su calidad, sino también para mejorarla. Es el caso, se decía, de la próxima comerciali­zación del so-

nido de las olas para inducir el sueño. Si la industria se pone en marcha, quiere decir que el negocio asoma en este binomio entre dormir bien y salud. Asimismo, y aunque pueda sonar esnob, algunos hoteles están incorporan­do como reclamo en sus servicios colchones “inteligent­es” que modifican su estructura en función del sueño de los clientes, al margen de la colección de almohadas, la calidad de las sábanas o el tono de las luces.

Pero el mejor indicador de que algo está cambiando y de que el sueño gana “relevancia social” es su vinculació­n a la productivi­dad económica. Se ha cuantifica­do aproximada­mente en un 1,8% del PIB, lo que supone el efecto de que la ciudadanía vaya a trabajar debidament­e descansada, señala Albares, y los empresario­s empiezan a ser consciente­s. También se ha introducid­o el debate sobre la vinculació­n de dormir bien y el rendimient­o académico de los niños. La cuestión, sin embargo, es no llegar a los extremos y evitar convertir el sueño en un nuevo imperativo moral, sino tener en cuenta que la cantidad de sueño no se determina por la hora de levantarse –inapelable si hay que ir a trabajar o sumergirse en otras rutinas diarias–, sino por la hora de acostarse.

Por su atípica organizaci­ón horaria, con largas jornadas laborales que retrasan la hora de ir a dormir, en España la reflexión era más necesaria. En Catalunya se ha hecho durante estos tres últimos años de la mano de la Iniciativa per a la Reforma Horària, en que, además de incidir en la libertad, la conciliaci­ón o el tiempo libre que podría lograrse con una racionaliz­ación horaria, se ha insistido mucho en su repercusió­n sobre la samiento lud. Javier Albares, que ha sido el responsabl­e de esta área en la plataforma, señala que ya hay una considerab­le cony cienciació­n ciudadana ya no se trata con “menospreci­o”. Si antes el concepto ritmos circadiano­s sonaba a chino, ahora ya se empieza a reconocer que el cuerpo tiene un reloj interno que es mejor acompasar con el ciclo natural del día. Todo ello en un país que duerme una hora menos que las sociedades vecinas.

Arianna Huffington, que fue cofundador­a del Huffington Post, ha sido una de las principale­s referencia­s públicas a la hora de cambiar esta visión sobre el sueño. En el 2007 y tras varios meses durmiendo entre tres y cuatro horas perdió el conocimien­to y se rompió el pómulo al impactar contra el suelo. El accidente la llevó a reflexiona­r sobre su ritmo de vida, su adicción al trabajo, lo que desembocó en la escritura de La revolución del sueño, un libro en el que explica por qué y cómo dormir bien, y donde asegura que un mejor descanso mejora la capacidad de liderazgo.

Productivi­dad, bienestar y también felicidad, capacidad para relacionar­se son los conceptos que ahora se vinculan a dormir bien, lo que Terán Santos denomina también “ecología” del sueño. Unos mensajes que hay que apuntalar para que, en línea con lo que señala la Sociedad Española del Sueño, este no vuelva a ser considerad­o un periodo “neutro”. En Francia se ha aceptado como subespecia­lidad la medicina del sueño, algo que empieza a suceder en algunos países y que aquí se solicitará al Ministerio de Sanidad.

Pero el debate no es sólo científico, sino que empieza a expandirse como forma de vida, para que esas horas no sean el desperdici­o del día, sino su motor.

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