La piedra en el zapato
JAMES Comey ha abandonado su despacho en la Oficina General de Información (FBI), llevándose bajo el brazo la orden enmarcada de John Edgard Hoover para realizar escuchas telefónicas a Martin Luther King. Comey quiso tenerla siempre a la vista para recordarles a sus subordinados, pero también a sí mismo, que, cuando se ocupa un cargo de esta responsabilidad, no vale todo para conseguir un objetivo. Hoover fue su antítesis, un agente que estuvo al frente de la FBI durante casi cuarenta años, que con el tiempo se convirtió en un personaje tan poderoso en Washington como peligroso para la democracia.
Comey es irlandés, católico y republicano, pero sobre todo la antítesis del fundador del FBI. Trabajó para la administración de George W. Bush (llegó a fiscal general adjunto) e hizo campaña a favor de John McCain y Mitt Romney, los contrincantes de Barack Obama, sin que ello fuera obstáculo para que este lo situara al frente del departamento de investigación criminal de Estados Unidos. Curiosamente, Hillary Clinton siempre le acusó de ser el principal responsable de que no ganara las elecciones al dar a conocer que investigaba unos correos comprometedores enviados por ella desde un servidor personal, a tres días de las elecciones. Ahora es Donald Trump quien ha acabado con su carrera (lo había ratificado hace tres meses) por intentar llegar al fondo la trama rusa del presidente, que le habría ayudado en la campaña a cambio de retirarle las sanciones. El Rusiagate se cobró como primera víctima al general Michael Flynn, que negó que se hubiera reunido con el embajador ruso, cuando existían pruebas. El comité de Inteligencia del Senado ordenaba anteanoche que el militar entregara los documentos relacionados con Rusia. No es de extrañar que el periodista Carl Bernstein comentara que podríamos estar a las puertas de un nuevo caso Watergate. Comey es una piedra en el zapato de Trump, que amenaza su presidencia.