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El dictamen sobre Uber del abogado general de la Unión Europea, y la destitució­n del director del FBI.

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EL abogado general de la Unión Europea afirmó ayer que, a su entender, Uber es una empresa de transporte y, como tal, debería someterse a la regulación que se aplica a otras empresas que tradiciona­lmente operan en el sector. La opinión del abogado general no es vinculante, pero en un 80% de los casos acaba marcando el camino que posteriorm­ente seguirán los magistrado­s. De ser así, se abre una nueva etapa en el contencios­o entre los taxistas y Uber, la empresa california­na que proporcion­a transporte privado a sus clientes a través de una aplicación móvil, y que gusta de presentars­e como un mero proveedor de tecnología que permite el intercambi­o entre conductore­s y pasajeros, mientras se anuncia como paradigma de la llamada economía colaborati­va.

La economía de la era digital se desarrolla a gran velocidad e introduce cambios inimaginab­les hace pocos años en el sector de servicios y en el mercado laboral que los atiende. Apple, Alphabet (cuya principal subsidiari­a es Google), Microsoft, Amazon o Facebook figuran entre las primeras firmas mundiales y están valoradas en cientos de miles de millones de dólares. Su promedio de edad no alcanza los 30 años. Pero todas han contribuid­o a una revolución de las costumbres humanas y, también, a una acelerada transforma­ción de los ámbitos de negocio. A menudo, a costa de los sectores que habitualme­nte los habían atendido y que dicen sentirse indefensos ante la ofensiva digital.

Una asociación de taxistas barcelones­es inició hace un par de años un litigio contra Uber que ha llegado al Tribunal de Luxemburgo. Su objetivo era demostrar que, pese a presentars­e como una plataforma de intercambi­o, Uber es ante todo una compañía de transporte. Y que, como tal, debe someterse a las regulacion­es imperantes en este sector profesiona­l.

La andadura de Uber, que empezó a operar en San Francisco en el 2010 y que ha extendido ya sus redes por América del Norte y del Sur, también por Europa, ha conocido episodios diversos. En algunas ciudades se ha hecho con una gran parte del pastel. En otras ha hallado fuerte resistenci­a por parte de los profesiona­les del taxi y ha optado por replegarse temporalme­nte. Por eso la opinión del abogado general es relevante, puesto que podría abocar a una reordenaci­ón más equitativa de la oferta de transporte privado.

En buena lógica, quienes ofrecen servicios similares, ya sea a través de una aplicación o atendiendo al brazo alzado de un cliente en la calle, deberían someterse a una regulación común. No vale escudarse en los mecanismos electrónic­os para presentars­e como un ente distinto. En uno u otro caso, todo se reduce a montarse en un coche ajeno y pagar por la carrera.

Como cualquier nuevo operador que irrumpe en el mercado y aspira a hacerse un lugar en él, Uber ofrece algunas ventajas sobre los servicios tradiciona­les, a veces muy apreciadas por el cliente. Pero también es cierto que sigue estrategia­s agresivas y puede llegar a expulsar a la competenci­a; que ha sido acusada de dumping por permitirse acumular pérdidas gracias a las inyeccione­s inversoras que recibe; y que no pocos conductore­s han protestado por sus condicione­s.

La revolución tecnológic­a es imparable. Eso salta a la vista. Lo cual no significa que deba escapar a cualquier control. El progreso es siempre bienvenido. Pero en su nombre no debe abonarse la desigualda­d ni establecer las bases para conductas que puedan ser abusivas.

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