El número dos de Justicia amenazó con irse al atribuirle el cese de Comey
Rosenstein hizo un informe, pero una vez que Trump ya había tomado la decisión
Todos parecen coincidir en que la decisión de despedir a James Comey respondió a un “calentón” –a fuego lento– del temperamental presidente de Estados Unidos. Pero la acción de Donald Trump, además de afectar directamente al ya exdirector del FBI, también deja daños colaterales.
Hay uno que suena a cosa habitual: el vicepresidente Mike Pence. Él fue quien quedó como el
tonto en el caso Michael Flynn, ya que explicó a los ciudadanos que el consejero de Seguridad Nacional no había tenido tratos con los rusos. Eso es lo que le había dicho Flynn, que luego se demostró una mentira de calibre.
El consejero renunció al cargo y ahora el comité de inteligencia del Senado le ha solicitado todos los papeles para concretar qué tipo de negocios mantenía con Moscú y la posible confabulación en las elecciones de noviembre.
El fulminante cese de Comey dejó inicialmente en evidencia a Rod Rosenstein, con sólo un par de semanas como número dos en el Departamento de Justicia. Sepresidente gún informó The Washington
Post, Rosenstein amenazó con presentar la renuncia a la vista de que todo el peso de la decisión de echar a Comey recaía sobre él.
Rosenstein elaboró el informe en el que se califica de torpe la forma en que el director del FBI gestionó el asunto de los e-mails de Hillary Clinton. Una vez escrito el informe, por encargo del propio Trump y de su jefe, el fiscal general Jeff Sessions, Rosenstein se encontró con que el vice- Pence, el portavoz Sean Spicer, la consejera Kellyanne Conway y hasta Trump le cargaban con el muerto. Siguiendo este hilo, The Wall
Street Journal publicó este jueves en su web que el fiscal general adjunto requirió a Don McGahn, consejero de la Casa Blanca, que modificaran la narrativa sobre el despido de Comey, quien, como responsable del FBI, debía reportar con Rosenstein y al que el ya depuesto jefe de la agencia pidió recientemente más medios para la indagación rusa.
En su contacto con el asesor de Trump, Rosenstein objetó la narrativa utilizada y matizó que él no podría trabajar en un clima en que “los hechos no son explicados con precisión”.
La operación se describe a la inversa. Trump llevaba unos días muy molesto con Comey, sobre todo tras su comparecencia del miércoles de la semana pasada, en la que reiteró que el FBI seguía trabajando en la posible confabulación del equipo de Trump y Moscú. En su descanso en su mansión de Bedminster (Nueva Jersey), el presidente comunicó a sus allegados que estaba harto del director de la agencia.
De regreso el lunes a Washington, Trump se reunió con Sessions y con Rosenstein, un fiscal de carrera de prestigio al que incluso los demócratas dieron su apoyo en el voto del Senado. Les comunicó que había decidido acabar con Comey.
En esa reunión, el presidente requirió un documento en el que se especificaran los argumentos contra Comey. Una vez que se hizo público el despido, la impresión que se dio es que Trump se había visto obligado a echar al jefe del FBI por lo que se indicaba en ese memorándum de tres páginas. El presidente rectificó ayer. En la NBC, y tras elogiar la enorme categoría de Rosenstein, reconoció que habría echado a Comey con o sin informe.
El Senado ha invitado a Comey a declarar el próximo martes. Si acude, deberá responder bajo juramento si en tres ocasiones, como asegura Trump, le dijo al presidente que no le investigaba.
El jurista se quejó a la Casa Blanca de que diera a entender que fue su escrito lo que motivó el despido