Espejismo francés
Con este título encabecé mi análisis de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas. Ahora, consumada la victoria de Emmanuel Macron, muchos políticos del sur de los Pirineos se miran en el espejo francés: quieren parecerse al presidente más joven (39 años) de la historia de Francia. Louis-Napoléon Bonaparte fue elegido presidente de la II República con 40 años y Giscard d’Estaing ostentaba el récord de la V República (48 años). Sin embargo, habrá que esperar a la tercera y cuarta vuelta –las elecciones legislativas del 11 y el 18 de junio– para tener una visión completa del nuevo escenario... Puede que la imagen que refleja ahora el espejo acabe siendo un espejismo. Entre tanto, la victoria de Macron representa un hecho mayor para Europa: Francia ha optado por el europeísmo y los valores republicanos frente al mensaje antieuropeo y liberticida de Marine Le Pen.
La amplia victoria de Macron (66%) es el resultado de una lógica electoral: en la primera vuelta se escoge y en la segunda vuelta se elimina. El caso más paradigmático fue el de Jacques Chirac ante Jean-Marie Pen en el 2002: es el presidente que obtuvo menos votos en la primera vuelta (19,8%) y más en la segunda (82,2%). El porcentaje de referencia de Macron para las legislativas de junio será su resultado en la primera vuelta de las presidenciales (24%). Ahora debe aprovechar la inercia de la victoria para situar a su movimiento –La República en Marcha– como primer grupo de la Asamblea Nacional (la mayoría absoluta es de 289 escaños). Está por ver cuál será el grado de resistencia de los viejos partidos, qué nivel alcanzará la izquierda populista de Mélenchon y cómo rentabilizará la extrema derecha sus buenos resultados. Las alianzas de cara a la segunda vuelta de las legislativas –pasan los candidatos que en cada distrito superan el 12,5% de los inscritos– serán claves para definir la nueva
mayoría presidencial.
Entre tanto, el presidente electo sabe que su perfil reformista en lo político y socioliberal en lo económico es rechazado por un tercio de los franceses (33,9%) –los electores que optaron por abstenerse (25,4%), por el voto en blanco (6,3%) y el voto nulo (2,2%)– y el 22,3% de los electores inscritos que lo hicieron por Le Pen: en
total, el 55% del censo (más de 26,8 millones). El llamado mal
francés es profundo. Macron se propone casi la cuadratura del círculo: culminar las reformas que dejó a medio hacer como consejero y ministro de Economía de Hollande, y hacerlo sin agrandar la fractura social y territorial del Hexágono.
Y una boutade final dirigida a los necrófilos expertos en escribir obituarios de la socialdemocracia. “Me ha seguido en los últimos años y después se ha emancipado”, comentó el lunes el presidente saliente al término de una ceremonia en la que ambos participaron en el Arco de Triunfo. Y es que François Hollande no sólo puede alardear de haber pasado el testigo a Macron, sino que puede decir que tres exministros de gobiernos socialistas (Mélenchon, Hamon y el propio Macron) sumaron en la primera vuelta el 50% exacto de los votos. “Les gens que vous tuez se portent assez bien” (Corneille).
Muchos políticos se miran en el espejo francés: quieren parecerse a Macron