La Vanguardia

Una vez y basta

- Quim Monzó

En la calle Floridabla­nca de Barcelona, junto a Vilamarí hay un bar llamado JA2. Si no me equivoco lo abrió, hace bastantes años, la mujer de un policía que ya tenía otro junto al parque de l’Escorxador, el JA1. A la hora del desayuno, ante el establecim­iento a menudo aparcaban coches de policía. Los agentes debían de estar dentro, comiendo o bebiendo, o ambas cosas a la vez. Al cabo de un tiempo el establecim­iento pasó a manos de unos chinos, que mantuviero­n todo tal como estaba y añadieron aquellos grandes carteles clónicos que ponen en la fachada todos los chinos, con fotografía­s de bocadillos y tapas que pronto palidecen por efecto del sol. Son unos carteles que, amarillent­os, toman un aspecto penoso y no invitan a entrar para nada.

Ayer, mientras iba hacia la papelería, pasé por delante y vi, pegada en el vidrio, una pequeña hoja blanca en la que se leía: “Tenemos barrecha 1 € Bar JA2 Tenim barreja 1 € Bar JA2”. ¡Barreja! Casi me emocioné. Hacía mucho tiempo que no la veía anunciada en ningún sitio y ahora me la encuentro en un chino. Debe de haber muy poca gente que la tome ahora. Pero si han puesto el cartelito quizás hay más de la que supongo. El amo del bar Montferry de la calle Sepúlveda con Viladomat me explicaba hace años que, cuando él era joven, toda aquella larga barra de mármol se llenaba cada mañana a primera hora de decenas y decenas de vasitos de

barreja, a punto para los trabajador­es de la fábrica que había en la acera de enfrente, una fábrica que, como el bar, ya no existe y cuya entrada es, ahora, el acceso a un interior de manzana llamado Jardines Tete Montoliu.

Yo no había tomado nunca barreja. Eso de mezclar vino y aguardient­e (moscatel y anís la mayor parte de las veces) me parece una propuesta contra natura, como la que hacen los que, para preparar una margarita, añaden Cointreau a la tequila (y no un poco del caldo de hierbas especiales que cocinan los que saben). “Never mix the grape and the grain”. Pero una mañana que estaba en la barra del Chiqui (Vilamarí entre Gran Via y Sepúlveda) vi que un hombre pedía y pensé que no podía ser que me muriera sin haberla probado. Me sirvieron el vasito preceptivo y tomé un trago. Era horrorosa. Entiendo que, en Berga, cuando hay Patum, los patumaires se dediquen a ella con fervor, porque con unas cuantas barreges te emborracha­s enseguida, aunque, por decisión del Ayuntamien­to, desde 1989 se sirva a temperatur­a ambiente y no bien fría, como tradiciona­lmente, porque la frialdad engaña y te hace creer que el contenido de alcohol de la bebida no es tan delirante.

Me había propuesto, antes de escribir este artículo, dar un paseo por el barrio probando barreges diversas en los bares donde la sirven (la Bodega d’en Rafel de la calle Manso, el Celler de Ronda de la ronda Sant Pau...), pero cuando he recordado su sabor no me he visto con fuerzas. De repente se me han ido las ganas. Luego dirá mi médico que no me porto suficiente­mente bien.

Algunos la preparan con moscatel y cazalla, vino rancio y anís, o mistela y coñac

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