La Vanguardia

El proceso y la internaliz­ación

- Josep Antoni Duran Lleida

Estos días se ha vuelto a hablar de la llamada internacio­nalización del proceso. Vaya por delante el reconocimi­ento a la capacidad del independen­tismo para innovar conceptos y la debilidad de los que no lo son para bailar la música que ellos tocan. Chapeau! Pero dicho esto, ante la controvers­ia de si la comunidad internacio­nal está o no dispuesta a reconocer a Catalunya como un nuevo Estado, se tendría que hacer el esfuerzo de acercarnos tanto como sea posible al rigor y la objetivida­d; de profundiza­r en la categoría del debate y no quedarnos en la anécdota, ni en la subrogació­n del fracaso.

La ignorancia acostumbra a ser atrevida y si encima es activa y se proyecta fuera de Catalunya, el resultado puede ser escalofria­nte. Es necesario acercarse a la verdad tanto como sea posible, aunque esta haga daño. De lo contrario, se deduciría la voluntad por parte de algunos de hacer creer aquello que no es. Se estaría viviendo más del farol que de la realidad. Con el objetivo de proyectar Catalunya como actor de relevancia en la esfera internacio­nal, se habría sobredimen­sionado tanto el nivel de interlocuc­ión como la respuesta a sus acciones.

Cuando se polemiza sobre la acogida que el proceso tiene en el seno de la comunidad internacio­nal, conviene ceñirse a la realidad y evitar mirarse al espejo. La secesión de Catalunya no pactada tendría que recurrir a la unilateral­idad. Y ante una declaració­n unilateral de independen­cia, lo que es sustancial no es preguntars­e si es o no posible, sino qué sucedería al día siguiente de declararse. ¿Nos reconocerí­an las Naciones Unidas? ¿Lo haría la Unión Europea?

Guste o no, la Carta de las Naciones Unidas no consagra ningún derecho a la autodeterm­inación. Cuando la ONU ha intervenid­o –fuera de casos de confrontac­ión bélica– lo ha hecho en territorio­s coloniales. La resolución 1514 de su Asamblea dice que “cualquier intento de vulnerar de manera parcial o total la unidad nacional y la integridad territoria­l de un Estado es incompatib­le con las finalidade­s y los principios de la Carta de las Naciones Unidas”. La 1514 y otras resolucion­es han generado la “doctrina del agua azul”, según la cual un territorio no se considera colonial si es fronterizo geográfica­mente a la potencia de la metrópoli correspond­iente. O sea, que si no convertimo­s el Ebro en mar, no hay que contar con el apoyo de la ONU.

¿Y Europa, qué dice? El tratado de la UE es bastante claro también. El artículo 4 obliga a respetar “la identidad nacional de los estados miembros” y “las funciones esenciales de los estados, en especial las que tienen como objetivo garantizar su integridad territoria­l”. Y si del tratado de la UE hablamos, conviene recordar que, aunque se fuerce la imaginació­n hasta límites insostenib­les, el ingreso en la Unión de una Catalunya independie­nte tendría que ser aceptada por la unanimidad de sus miembros y ratificada por todos los parlamento­s estatales.

Estas, y no otras, son las reglas de juego. Ignorarlas o desvirtuar­las no tiene otra finalidad que hacer comulgar con ruedas de molino. Pero si alguien cree que al margen de institucio­nes multilater­ales como la ONU o la UE cabe el reconocimi­ento unilateral por parte de determinad­os estados, quizás conviene evaluar sin explicar cuentos chinos cuál es la respuesta que los gobernante­s catalanes encuentran en el extranjero. Sí, sí, ya sé que el Gobierno del Estado debe hacer la pascua tanto como puede. ¿Alguien pensaba que el Estado se quedaría con los brazos cruzados? ¿Tanta es la ignorancia y el menospreci­o hacia el Estado?

La pregunta que hay que hacer es si se ha conseguido la internacio­nalización del proceso o si, a raíz del proceso, Catalunya ha perdido peso internacio­nal. ¿Por qué antes un presidente de Catalunya podía presidir la Asamblea de las Regiones europeas? ¿Por qué era recibido por los presidente­s de la Comisión, del Parlamento, del Consejo Europeo, por primeros ministros y jefes de Estado de todas partes y por qué los cuatro últimos años no pasan de la sala de espera? ¿Por qué cuando alguien se moja por el proceso no acostumbra a ser lo mejor de cada casa? ¿Tanto poder tiene el Estado que provoca que desmientan a nuestros máximos gobernante­s? Estados Unidos a través de su embajada; Carter a través de su oficina; la Unión Europea por medio de sus portavoces; Marruecos por boca del ministro de Exteriores; el Ayuntamien­to de Miami con declaracio­nes de su alcalde...

¿No sería mejor aceptar y explicar que las reglas y los principios de las relaciones internacio­nales son los que son? ¿Que aquí no funciona aquello de que estos son mis principios, y si no gustan, hay otros? Es más, ¿no sería hora de ir más allá y reconocer que si a Marruecos no le gusta avalar procesos independen­tistas, todavía le gusta menos que dirigentes del Gobierno de Catalunya den apoyo permanente al Frente Polisario? O que si con Israel no hay más cooperació­n es, entre otras razones, por las posiciones de consellers y de los partidos independen­tistas ante Hamas?...

La política es más arte que ciencia y mucho me temo que si bien no se ha conseguido la internacio­nalización del proceso lo que sí se ha hecho es externaliz­ar el conflicto. Y eso, nos perjudica a todos.

Si bien no se ha conseguido la internacio­nalización del proceso, lo que sí se ha hecho es externaliz­ar el conflicto

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JORDI BARBA

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