La Vanguardia

Soliloquio del indeciso

- Joan-Pere Viladecans J.-P. VILADECANS,

No sé, no estoy seguro, pero igual se lo ha tomado a mal. Creo que he sido amable con él, le he devuelto el saludo, quizá menos afectuoso que el suyo, puede que no hubiera tenido que esperar a que él viniera, mejor ir yo al encuentro. No sé. En una ocasión me lo crucé por la calle, me pareció que tenía prisa y no me paré, saludé con la cabeza, eso sí, pero puede que esperara a que me detuviera, ¿y si llego a hacerlo y resulta que no se para? Nadie me puede asegurar que yo hiciera bien, sólo faltaría que él lo recordase y por eso ahora estuviera algo frío y distante. ¿O no estuvo distante? Nunca acierto: o me paso o me quedo corto. También me avergüenzo cuando saludo y espero a que me correspond­an... y ni caso. A veces luzco mi mejor sonrisa y me correspond­en con cara seria, o sorprendid­a, como si vinieran a decir: “Adónde va este con tanta alegría”. Me confundo, yo a las señoras les daría también la mano, pero ahora les dan besos, así de entrada, no me parece normal: a los hombres se les choca, a las mujeres se las besa, ¿y si alguna se ofende por un exceso de confianza?, ¿o si se molestan por marcar distancias? Me gustaría acertar, no quiero parecer altivo. Tampoco desvergonz­ado. Deseo caer bien, que me digan que sé estar. Que tengo educación y maneras. No sé. ¿Hay que besar con los labios o sólo rozar las mejillas? Es un dilema sutil, debería fijarme más en cómo lo hacen los que saben. Una vez vi como a una señora la saludaban de diferentes maneras: los caballeros le besaban la mano, otros la abrazaban con suavidad, las señoras le acercaban la cara, un choque suavísimo de pómulos, un chasquido de besos simulados. Algún varón inclinaba la cabeza..., ¡uf! Me tuve que ir antes de hora. Y de hacer el ridículo. Por las noches me desvelo repasando lo que he hecho bien o mal, si he hablado demasiado o poco. No sé. ¿Dirán de mí que soy un echao p’alante o un tipo sin nada que decir? Me preocupa decepciona­r. Y ser tan indeciso. Tan inseguro. Y tan gilipollas”.

Este soliloquio del indeciso no es tan banal. Y, en parte, ya está diagnostic­ado: fobia social. La sociedad no es amable con los pusilánime­s. Ni con los tímidos. Saber desenvolve­rse en determinad­os círculos es casi una profesión. Y de ello dependerá estar en el centro de todo o quedarse en el linde inadecuado. En la periferia. No, no es época de prudentes. Ni de indecisos.

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