La Vanguardia

Malditos pollos

- Clara Sanchis Mira

Supongamos que montas un negocio de pollos asados porque no se te ocurre una idea mejor –ni a ti ni a quien pone este ejemplo–. Tienes miedos, dudas. Angustias nocturnas. Te asalta de madrugada el temor de que no vendas ni un pollo. O que sólo se vendan dos o tres. Para tu asombro, el primer día se venden todos. Y el segundo, y el tercero. No te lo puedes creer. Sientes una alegría que hace que tu cuerpo sea como más ligero. El negocio va como un tiro. Avanzan las semanas y los clientes siguen agotando las existencia­s, día a día. Te regocijas por tu talento tendero. Pero te vas acostumbra­ndo al éxito, que se normaliza. Y una mañana absurda la cosa va lenta. A las 12 h no has vendido ni la mitad de pollos que ayer. A las 13 h el asunto ha mejorado un poco, pero no del todo. Te notas triste. Malditos pollos. Empieza a ser matemática­mente imposible que alcances tu meta. A última hora la venta ha remontado bastante, pero los pocos pollos que yacen colgados en sus ganchos se ríen de ti. Tu cuerpo vuelve a ser pesado, porque sientes como un fracaso un nivel de ventas que antes del éxito te hubiera parecido un resultado estupendo.

Todo esto para recordar que las impresione­s son siempre comparativ­as. Las cosas son mejores o peores en relación con sus expectativ­as, pero no por sí mismas. Si por ellas fuese, las cosas casi ni existirían. De ahí las extrañas ansias que acaban llevando a la cárcel a los corruptos millonario­s que no detienen el robo a tiempo: necesitan más, para no estar tristes. La alegría que les proporcion­a a ellos otro millón en su cuenta suiza es asombrosam­ente parecida a la que siente un pobre cuando le tiras un plátano. Su sonrisa es la misma. Todo va unido a algo, anterior en el recuerdo o posterior en el deseo, como un oleaje que nos mece a su gusto. Lo vemos continuame­nte. En nuestros pequeños movimiento­s cotidianos y en los asuntos relevantes. Acabamos de observarlo en las elecciones francesas. Nos hemos alegrado mucho de que haya ganado uno, porque nos aterraba que ganara el otro. El alivio produce una sensación de alegría corporalme­nte similar a la que notaríamos si hubiera ganado nuestro candidato ideal. Y nada más lejos de la realidad, al menos la de algunos. Muchos.

Por ejemplo, la de un colega francés que corrió a votar en la segunda vuelta al candidato ganador, pero tapándose la nariz. “No voté con el corazón, sino con la razón”, dice. “Este presidente no tiene ninguna utopía política ni social, es un nuevo producto del sistema que lo devorará, si engaña al sistema; demasiado débil para matar a sus padres”. Está claro que este método electoral de las dos vueltas pone a nuestros vecinos ante la interesant­e y madura situación de tener que mojarse en una diatriba compleja, alejada de sus impulsos. Malditos pollos, pero menos mal.

Las cosas son mejores o peores en relación con sus expectativ­as, pero no por sí mismas

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain