La Vanguardia

Disparar al turista

- Francesc-Marc Álvaro

Han aparecido pintadas de tono amenazador contra los turistas en el Park Güell. Al parecer, ya no basta con escribir “tourist go home”, esta vez han ido más lejos y han dibujado un turista dentro de un punto de mira y se han preguntado por qué no se puede disparar contra los que visitan Barcelona. Hago un ejercicio: intento imaginarme qué sentiría si diera con una pintada parecida mientras paseo por una gran ciudad extranjera. Segurament­e, una mezcla de sorpresa, inquietud, estupor y mal sabor de boca. No entendería nada, pero no tendría ganas de seguir visitando aquel lugar.

Hasta hace unos meses no había oído nunca la palabra turismofob­ia. Algunos signos, como este tipo de pintadas, nos dicen que hay fobia a los turistas. Fobia, manía persecutor­ia, odio y agresivida­d. Es innegable que un determinad­o tipo de turismo causa molestias que se pueden convertir en verdaderos problemas. En algunos puntos de la capital catalana, la concentrac­ión turística es altamente invasiva y provoca unos efectos nocivos para el vecindario. Ante esto, hay que exigir soluciones y sentido común a las administra­ciones y los operadores privados. Dicho esto, la turismofob­ia no se puede explicar sólo como resultado de un malestar. Tiene vida propia y quizás responde a motivacion­es menos prácticas y más ideológica­s, en el peor sentido. Preciso: cuando las gafas de la doctrina dura desfiguran la realidad hasta caricaturi­zarla.

Es una hipótesis de trabajo y, como tal, la expongo. El discurso genérico y agresivo contra los turistas tiene el sabor de otras viejas fobias, clásicas y muy estudiadas, como la fobia al comercio, a los negocios, al mercado y a todas aquellas actividade­s que un catecismo determinad­o asocia a una perversión de la condición humana. Esto no puede despachars­e con una etiqueta del tipo “ideología de izquierdas”, porque afortunada­mente hay una importante –indispensa­ble– tradición progresist­a que intenta combinar la libertad y la lucha contra la desigualda­d, sin demonizar la iniciativa privada ni la creación de riqueza.

La fobia al turista forma parte de otro estante: es prima hermana de la fobia al tendero y al empresario, una pulsión que conecta con una nostalgia por un mundo primitivo donde habría existido una especie de comunismo puro y auténtico, que después fue aniquilado por el capitalism­o que –obviamente– es el origen de todos los males. Según este utopismo reaccionar­io, el turismo es pernicioso en esencia –no puede regularse ni ordenarse– porque no deja de ser una rama poderosa de la globalizac­ión neoliberal que nos destruirá. Por lo tanto, el turista es un agente del mal, ha de ser perseguido, atacado y eliminado del paisaje. Solución fácil: volver a la autarquía, suprimir la moneda, ponerse la túnica blanca y, si se tercia, dormir en una pirámide de cartón.

El discurso genérico y agresivo contra los turistas tiene el sabor de otras viejas fobias

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