Corbyn presenta un plan de política exterior pacifista y hostil a Trump
El principal objetivo del líder laborista sería la defensa de los derechos humanos Como concesiones acepta la permanencia en la OTAN, los misiles Trident y el gasto de un 2% del PIB en defensa
Mientras los británicos afrontan el Brexit como una campaña épica contra Europa, con veintisiete enemigos en vez de sólo uno, una versión contemporánea de las cruzadas, la guerra de las rosas o la batalla de Waterloo, Jeremy Corbyn se declara pacifista. El líder del Labour es un hombre de otro tiempo, lo cual no le favorece necesariamente de cara a las elecciones del 8-J.
Corbyn juega contra corriente, más preocupado de dar voz a un sector del electorado (lo que queda de la vieja izquierda marxista) que de montar una coalición capaz de derrotar a Theresa May. En un discurso en Chatham House para presentar su programa de política exterior, criticó de manera durísima a Donald Trump, descartó apretar el botón nuclear a no ser que el enemigo lo haga antes, y condenó “las guerras que sólo tienen por objetivo el cambio de régimen”.
De Corbyn, aunque no sea un buen comunicador y una prensa del Reino Unido abrumadoramente de derechas lo crucifique, se pueden decir también cosas buenas. Como que tiene un discurso honesto, y no lo cambia más que mínimamente en función de las encuestas, las presiones políticas o lo que los votantes quieren oír. Aunque ello no le va a hacer subir puntos en los sondeos con el país sumido en una falsa fiebre patriótica (“nosotros contra la UE”), el líder laborista presentó la defensa de la paz y los derechos humanos como el principal punto de su política internacional, y marcó los objetivos de “eliminar progresivamente las armas atómicas” y “buscar una solución diplomática y no militar a los conflictos”.
¿Concesiones? Algunas, para sofocar la rebelión de un grupo parlamentario que conspira contra él y no ve el día en que se vaya. Como respetar el compromiso de gastar el 2% del PIB en defensa, seguir en la OTAN y mantener el arsenal de submarinos Trident. “Que sea un pacifista –dijo– no quiere decir que no fuera a hacer lo necesario para proteger la seguridad nacional”.
El lenguaje anti-Trump y contrario a las “guerras unilaterales” resulta atractivo para esas bases tradicionales de clase obrera del Labour a las que May tiene obnubiladas con su populismo nacionalista, y su retórica (no respaldada con los hechos ni con los presupuestos) de “luchar por quienes apenas llegan a fin de mes”. Bien al contrario, ha exacerbado la austeridad y reducido aún más los subsidios sociales de los que dependen los más necesitados.
Pero en el Reino Unido soplan vientos patrióticos, de sangre, sudor y lágrimas, con la mayoría de la gente preparada a aceptar un declive económico y un deterioro de su nivel de vida (los sueldos reales ya han bajado y la inflación ha subido) como precio a pagar por “la recuperación de la soberanía” y el “control de las fronteras”. Con las tradicionales clases trabajadoras cada vez más escuchimizadas y los sindicatos cada vez más irrelevantes, votantes nacionalistas ingleses del Labour han utilizado el UKIP como una escala intermedia para pasarse a los tories. Tras décadas de neoliberalismo, no creen que ningún gobierno vaya a darles nada, y se han embarcado en una guerra cultural contra el establishment y las élites que dirigen el país. La magia de May es haberlos convencido de que ella no es parte de ese sector privilegiado, y que está de su lado.
Corbyn se ve incapaz de frenar esa ola. Para parar el golpe, ha elaborado un manifiesto (todavía no presentado oficialmente pero filtrado a la prensa) que contempla la renacionalización parcial de los ferrocarriles y el Royal Mail, la subida del salario mínimo, controles a los precios de la energía, inversiones masivas en infraestructuras, sanidad y educación, la lucha contra la automatización de los trabajos, la eliminación de los contratos basura y la construcción de millones de viviendas sociales, todo ello financiado con más impuestos a los ricos y las grandes empresas, al tiempo que se niega a fijar un cuota de inmigración anual. Para los intelectuales de izquierdas, es algo con lo que soñar. Pero los votantes de escasos recursos y sin educación universitaria han pasada de página y están entregados a la reina Theresa.