La Vanguardia

Las termitas del templo

- Fernando Ónega

El socialismo español, como el francés, ha sido una de las bases del régimen político. El socialismo español, como el francés, selecciona sus candidatos por el procedimie­nto de elecciones primarias. El socialismo francés eligió, según parece, a un mal candidato para las elecciones presidenci­ales y se estrelló en las urnas con menos del 7% de los sufragios. El socialismo español está metido en unas dramáticas primarias que anuncian un futuro que lleva la palabra división escrita en su frente. Sobre el Partido Socialista francés, dijo Manuel Valls: “Ha muerto”. Sobre el español, dijo el candidato Patxi López: “Si lo seguimos haciendo mal, podemos desaparece­r”. “Voces de muerte sonaron cerca del Guadalquiv­ir. Voces antiguas que cercan…”, escribió Federico García Lorca. Voces letales y de cerco suenan hoy cerca del río socialdemó­crata.

Quedan nueve días para la votación y tiene sentido preguntars­e cuánta vida queda en el socialismo español. El último barómetro del CIS le dio eso que llaman vidilla, aire para seguir respirando, aire para ir tirando, aire para demostrar que el PSOE todavía tiene aliento: lo situó unas décimas por encima de Podemos, lo cual equivale a una cierta resurrecci­ón. No es nada, sigue sin ser alternativ­a realista de gobierno, pero da para unos cuantos discursos que levanten la moral del militante. Lo malo es que apenas duran unos minutos: los que tardan los candidatos Susana y Pedro en tirarse piedras de mitin a mitin. Hace casi ocho meses que no se hablan ni se ven. Se tratan como miembros de partidos distintos, como si Sánchez viese en Susana a una militante del PP y Susana a un militante de Podemos en Sánchez. Patxi López, con sus palabras de concordia, parece una madre superiora (perdón, señora Ferrusola) ante una trifulca de la congregaci­ón.

¿A qué suena todo esto? A que el socialismo español no sabe exactament­e qué quiere ser. Sánchez propone un nuevo socialismo, cosa rara en quien acaba de ser su secretario general, y Díaz tiene un discurso basado en ganar, ganar, ganar y ya veremos cómo. Se asiste a la contienda como un combate a muerte o con el morbo de ver cómo las termitas carcomen una de las columnas del templo de la transición y de todo el sistema. La entrada en juego de Podemos, con su contraprog­ramación para hacer el mayor daño posible, aporta la dosis de maldad que nunca debe faltar en la película de un asesinato. Y lo peor es que existe un cierto regodeo mediático en ir encargando las coronas para el funeral, lo cual crea un estado de opinión también de funeral.

Más de un dirigente histórico está maldiciend­o la hora en que se le ocurrió hacer primarias. Es el sistema más democrátic­o, pero cargado de dinamita. No suele ganar el mejor, sino el más vistoso. Y en la edición del 2017, en vez de aglutinar al partido, puede ser la causa de la gran escisión. Por eso tiene mucho sentido lo que dijo el presidente extremeño, Guillermo Fernández Vara: “O el PSOE termina con las primarias, o las primarias terminan con el PSOE”. Grandiosa disyuntiva. No tardaremos tanto en saber si tiene razón.

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FERNANDO VILLAR / EFE Pedro Sánchez ayer en Madrid
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