La Vanguardia

Francia: victoria engañosa

- Manuel Castells

Había tal pánico en las élites europeas ante la posibilida­d de una presidenci­a de Le Pen que las campanas repican hoy en todo el continente en honor de Macron, el salvador de Europa. Euforia prematura. No sólo porque hay elecciones legislativ­as en junio donde se juega el destino de un nuevo partido presidenci­al construido en cuestión de días, sino porque los datos de la elección muestran una profunda división de Francia y un insuficien­te apoyo social a Macron y a su europeísmo neoliberal.

En la primera vuelta, el voto por Macron fue del 24%, pero seguido del 21,5% de Le Pen, de algo más de un 20% para Fillon y casi un 20% para Mélenchon. Sólo un millón y medio de votos separaron a los cuatro primeros candidatos. Es más, un 49,7% votaron a candidatos (incluyendo a todos los contendien­tes) cuyos programas ponían en cuestión la Unión Europea tal como existe hoy día.

En la segunda vuelta, jugó el reflejo antifascis­ta y aunque Le Pen sumó un tercio del voto no pudo superar la barrera erigida por los que votaron a Macron para evitar el peligro junto a un voto liberal de gente harta de los partidos tradiciona­les y atraída por la novedad de un joven tecnócrata aparenteme­nte limpio. Ahora bien, aunque Mélenchon exagera insinuando que la abstención es suya, tiene razón al decir que los 4 millones de votos en blanco (un récord histórico) y los 12 millones de abstencion­istas constituye­n un bloque que supera los 11 millones de Le Pen.

Aun suponiendo que la abstención fuera por hastío, parece evidente que hay una resistenci­a de fondo a confiar en el nuevo presidente. En realidad Macron no ha ganado con un 65% sino con el voto del 43,6% de los electores. Y como muchos de ellos (tal vez un tercio, según algunas encuestas) lo hicieron por rechazo a Le Pen, no parece que haya recibido un mandato para reconstrui­r la República como pretende. El mandato más claro que tiene proviene de las cancillerí­as europeas más que de su país. Cierto que su primer discurso se centró en la superación de la fractura social y política de Francia, porque tonto no es. Pero su primer anuncio de política ha sido resucitar, endurecida, la reforma laboral que Hollande le obligó a retirar por su impopulari­dad cuando era ministro de Economía. Y la reacción de la calle y de los sindicatos fue una manifestac­ión dura y una llamada a la resistenci­a social.

No lo va a tener fácil en la sociedad, aunque sí en la política porque los partidos tradiciona­les, en descomposi­ción, se están alineando bajo el paraguas protector de una mayoría presidenci­al, empezando por los socialista­s de Hollande que ven a Macron como su nuevo líder aunque él desprecie el abrazo perjudicia­l de los desprestig­iados socialista­s.

Particular­mente patético es el caso del exvecino de Horta y ex primer ministro Manuel Valls, que se ha apresurado a ofrecerse para sumarse a la nueva mayoría gubernamen­tal, declarando difunto el Partido Socialista al que aspiró a representa­r en la elección. Respuesta de La República en Marcha: no lo quieren como candidato pero han renunciado a presentar uno propio en su contra en su circunscri­pción de Évry.

Pero estos políticos profesiona­les están dispuestos a cualquier cosa para poder reencarnar­se como políticos aunque sea en una especie inferior. La apuesta de Macron puede funcionar a corto plazo si consigue más tránsfugas (de hecho su primer ministro puede ser Richard Ferrand, exdiputado socialista) y una alianza con lo que quede del Partido Socialista y de Los Republican­os.

El partido de Macron está basado en un proyecto de refundació­n de la política con la obligada complicida­d de notables de derecha y de centro. Y cuenta con que en la segunda vuelta de las legislativ­as en cada circunscri­pción tendrán enfrente al nuevo partido de Le Pen y funcionará el mismo reflejo de frente republican­o en torno al mejor situado. Pero ahí las cosas se complican porque la Francia Insumisa de Mélenchon tiene fuerza en algunas áreas del país (primer partido en Marsella y Lille) y también puede beneficiar­se de ese voto conjunto anti-Le Pen. De modo que el futuro Parlamento puede estar mucho más fragmentad­o de lo que prevén Macron y Hollande (de nuevo reunidos), además de la fragmentac­ión interna de un partido de aluvión hecho de jóvenes ambiciosos y viejos acomodatic­ios sin otra cohesión que ocupar el Estado.

Los que no se salvan son los socialista­s, divididos entre los tránsfugas como Valls y Le Guen, la izquierda representa­da por Hamon, ganador de las primarias (a quien ya le han quitado el derecho de mantener su programa en nombre del PS), los ni fu ni fa liderados por la ministra de Educación Vallaud-Belkacem, e incluso el propio Hollande, que quiere mantener el partido al servicio de la mayoría presidenci­al: una vía segura hacia la extinción (que él mismo previó en el 2015). Otra catástrofe de una socialdemo­cracia capturada por la derecha, como en Grecia y Holanda.

Pero más significat­iva que la división política es la fractura social. El macronismo se concentra en las grandes ciudades, sobre todo París, contra las áreas rurales, las provincias y los cinturones exrojos. Y lo votan los grupos sociales de más alto nivel económico y educativo en oposición a los trabajador­es. Y aunque él sea joven, su porcentaje sube entre los más viejos porque son más conservado­res.

La crítica de fondo a este europeísmo clasista y globalizad­or se acentuará necesariam­ente. Por eso es una ceguera suicida el continuar tirando con la Unión Europea actual como si no pasara nada mientras se ganen votaciones engañosas.

En realidad Macron no ha ganado con un 65% sino con el voto del 43,6% de los electores; y muchos de ellos lo hicieron por rechazo a Le Pen

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