La Vanguardia

Prejuicios

- Susana Quadrado

Cuando en Tendencias publicamos este martes un magnífico reportaje de Ana Macpherson sobre el ideal genital femenino, ni en lo más remoto de nuestra conciencia creímos estar rompiendo ningún tabú. Tan sólo nos habíamos propuesto hablar de la práctica, cada vez más extendida, de la cirugía de la vulva, también conocida como genitoesté­tica. Se abordaba de facto el derecho a decidir de las mujeres sobre su sexualidad y su cuerpo. Y, sin embargo, hubo quien consideró ese reportaje como una rareza periodísti­ca, aferrándos­e a la difusa idea de que someterse a una labioplast­ia es una anomalía social y sexual. Prejuicios. Que cada vez más mujeres, alcanzada la madurez, decidan intervenir quirúrgica­mente en su vida íntima y en su deseo, obviamente para avivarlo, justifica que un asunto como este salte a la prensa generalist­a. Es decir, que deje de ser ignorado u ocultado. Pero se confunden las cosas: el debate no debería girar en torno a por qué se publica la noticia sino por qué todavía hay quien cuestiona que se publique. Subyace la falsa convicción de que cuando la mujer alcanza cierta edad se convierte en un ser asexuado, como si su libido permanecie­ra, desde una fecha de cumpleaños equis y para siempre jamás, en un raro territorio abisal del organismo. De ahí que todo lo que se refiera a intervenir en la sexualidad femenina para ganar placer –o siquiera hablar de ello– aún escandalic­e. Señoras, conmigo, a la de tres: ¡ya va siendo hora de que nos hagamos cargo de nuestros cuerpos! Prejuicios. Si nos paramos a pensarlo un poco, la forma cultural de percibir la sexualidad (y el poder, aunque eso daría para otro artículo) todavía lo preña todo de tópicos. Tópicos sexistas y de edad. Un ejemplo claro es el que nos ocupa. Pero si prefieren otro ejemplo, fíjense en cuántos comentario­s se han soltado sobre Brigitte Trougneaux, la esposa de Macron. Señora asaltacuna­s, mamá Macron, la abuela con buenas piernas... Oh, vamos, hay que ser muy idiota para creer que alguien que haya dicho, escrito o asumido esos calificati­vos aludía a la cuestión biológica. Y no nos referimos aquí a los inicios de la relación amorosa en el pasado, sino al presente. Al mago se le ve el truco. A la pareja de moda del establishm­ent político se les afea que ella sea 24 años mayor que él, como si esto fuera otra anomalía social y sexual. ¿Y por qué no recibe el mismo trato Donald Trump, también 24 años más viejo que Melania?

En pleno siglo XXI ser mujer y mayor sigue percibiénd­ose como una desventaja. Se aprecia en toda su magnitud si la mujer supera los 60. Entonces una parte de la sociedad pública y publicada ya sólo le reserva un papel: el de abuela.

Prejuicios.

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DOMINIQUE JACOVIDES / SEBASTIEN VALIELA / BESTIMAGE / GETTY Los Macron, de paseo en Le Touquet
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