Recuerdos de una época
Nico me dijo que fue ella quien puso en contacto a Warhol con el grupo de Lou Reed y John Cale, pero esa conexión entre rock y arte de vanguardia ya funcionaba desde antes, cuando Cale y Reed formaron con Walter de Maria el grupo The Primitives. Por motivos personales y profesionales he tenido la suerte de conocer a varios miembros de The Velvet Underground. La primera vez que hablé con John Cale fue en Studio 54 de Barcelona, después de un concierto con su amigo Kevin Ayers, en 1981. Cale andaba esa noche entre acelerado y cansado por el vuelo desde América, y me sorprendió con su método para curarse el jet lag: consistía en derramar cuidadosamente media jarra de cerveza sobre su propia cabeza. Al día siguiente cené con él y le entrevisté para la revista Vibraciones. Me pareció un tipo noble, libre y simpático. Nada que ver con el estrellato y la máscara de tipo duro de Reed, quien durante años cobró indebidamente los royalties de los otros compositores de Velvet.
En 1985 dedicamos a Cale un monográfico del programa de TV3
Estoc de pop, donde yo trabajaba. La grabación se retrasaba por problemas técnicos y Cale, que por entonces intentaba dejar sus vicios con escaso éxito, se estaba empezando a poner ciego de licores y tal vez rayas, así que me encomendaron la misión de distraerle de tan peligrosas actividades con un paseo. Visitamos la Sagrada Familia y a Cale le fascinó especialmente una escalera que daba al vacío. Le pareció todo un detalle que el muy católico Gaudí hubiera ideado ese extraño desvío “para suicidas”. Me dijo que esa sensación de vértigo le recordaba a los limpiacristales de los rascacielos de Nueva York, cuando trabajan en andamios y con fuerte viento. Su segunda obsesión barcelonesa era comprar una pistola, una de verdad, para situarla sobre el piano durante su actuación. Lo veía tan lanzado que le dije que esa tienda de la calle Tallers estaba cerrada. Me consta que logró dejar sus vicios, gracias al squash y a su paciente esposa.
Como los Beatles, la Velvet eran un grupo espléndido gracias a una excepcional reunión de individualidades complementarias. Reed ponía el relato urbano transgresor, el ritmo del rock y la mejor melodía, pero Cale añadía la aventura vanguardista, el sonido hipnótico y ondulante de su viola eléctrica, y Sterling Morrison la discreta y euforizante crispación de su guitarra rítmica. Completaban la banda la baterista Maureen Tucker y, en el primer álbum, la sublime voz grave de Nico. A Nico la conocí en 1978, a través del cineasta Philippe Garrel, con quien ella vivía en París en una casa que parecía una caverna. Tocaba el armónium al despertar. Más tarde se inyectaba heroína. Había por ahí muchos discos espléndidos tirados por el suelo, como una alfombra pisoteable. Algunas portadas eran primeras ediciones de Andy Warhol.