EL ÚLTIMO FARAÓN
Cuando murió Naser murió El Cairo. Al menos durante unos días. El 28 de septiembre de 1970, el rais Gamal Abdel Naser sufrió un súbito ataque cardíaco tras finalizar una cumbre de la Liga Árabe y ya no podría recuperarse, pues arrostraba serios problemas de salud, entre ellos diabetes. La información sobre sus dolencias había sido ocultada a los egipcios, que adoraban al hombre que les había devuelto el orgullo milenario. Por ello la capital enmudeció ante el inesperado fallecimiento de su último faraón. Los egipcios silenciosos afluían como el Nilo para asistir al funeral y quizá cerciorarse de que era verdad. Nuestro corresponsal Tomás Alcoverro, también uno de los que acudió, lo relató así: “Nunca he olvidado mi primera visión de El Cairo, donde mucha gente se empeñaba en no aceptar la muerte del presidente. La noche antes de los funerales miles de muchachos yacían en los andenes, en los raíles de la vía del tren, llegados de todas las poblaciones del país. Durante varios días la capital vivió sin pulso, ensimismada en sus lamentos”. Naser vivió sus últimos años con el peso de la humillante derrota de la guerra de los Seis Días frente a Israel y, tras acabar en tablas un nuevo episodio bélico (la guerra de Desgaste), cuando murió preparaba otra ofensiva. Pero eran buenos tiempos para Israel, que se sentía muy fuerte en su eterno conflicto con los árabes. El estado hebreo había conseguido incluso una hazaña que nunca más se repetiría: clasificarse para unos Mundiales de Fútbol, los de México de 1970, al ganar la única plaza asignada para Asia y Oceanía derrotando a los australianos. Los israelitas no pasaron de la primera fase en un grupo en el coincidieron con la futura subcampeona, Italia, a la que arrancaron un empate, de trámite para éstos. Aquel fue el año de Pelé, que firmó su mejor Mundial, que ya es decir mucho pues se trataba de su tercera victoria. Marcó cuatro goles, entre ellos el que abrió la lata en la final, con un afilado cabezazo. Para muchos el fútbol de Pelé, Balón de Oro honorífico de la FIFA el 2014, hacía el mundo mejor, o al menos más soportable.
Había otros hombres que apostaban por el futuro, no a cabezazos, sino a golpe de ratón. Douglas Engelbart era uno de ellos, ingeniero eléctrico e inventor que había renunciado a su cómodo puesto de investigador en la institución precursora de la NASA para “hacer del mundo un lugar mejor”. Él creía que lo conseguiría mediante la informática y muchos usuarios se lo agradecemos hoy, ya que en 1970 logró la patente del ahora omnipresente mouse, complemento inevitable de nuestras andanzas informáticas. Y si necesitan más pruebas de que el bueno de Engelbart no quería forrarse con su idea, baste decir que nunca recibió un centavo en royalties, pues el ratón tardó más de una década en empezar a ser adoptado y en este tiempo su patente había caducado.