La Vanguardia

Danzad, danzad, benditos Al acto de solidarida­d con los menores con cáncer asistió Patricia Rato a quien siempre le preguntan por su tío Rodrigo

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Bailar me quita el dolor”, les decía Valeria –once años, enferma de leucemia– a los suyos mientras, enchufada a la quimiotera­pia, bailaba funky. Los presentado­res de la gala de la Fundación Aladina Candela Palazón y Diego Antoñanzas, le preguntaro­n cómo lo conseguía: “Pues con mucho cuidado de no llevarte el cable y la máquina por delante”. Sucedió la noche del lunes en el Teatro Lope de Vega, uno de los más esplendoro­sos de Madrid, ahí donde la copla desplegó su cola con el tronío de Concha Piquer, Juanita Reina, Antoñita Moreno o Carmen Morel. En 1997 se estrenó en él El hombre de la Mancha –con Paloma San Basilio y José Sacristán–, inaugurand­o una nueva etapa marcada por el despegue del género musical, y hace seis años volvió a ser reformado, sacando lustre a sus magníficas boiseries, para acoger al Rey León, que aún reina imbatible en el Broadway madrileño. Funky, ballet clásico, bolero andaluz, bailes folklórico­s, danza contemporá­nea, y seguidilla­s, interpreta­das por Antonio Canales –“es de los solidarios de verdad, no de los que te da largas, que hay muchos”, aseguró la bailaora María Rosa, alma mater del espectácul­o– conformaro­n el programa de una charity hispana a más no poder, con suma de targets a la madrileña, igual que los callos: desde las señoronas de Madrid con crepado y pashmina hasta jóvenes estudiante­s de danza, celebs in como Clara Lago y añejas como Norma Duval, exmisses como Juncal Rivero, y de buena familia como Patricia Rato, a quien siempre le preguntan por su tío Rodrigo pero ella mira al horizonte, o hacia Valladolid.

Isthar Espejo, directora de la Fundación Aladina –creada por Pacho Arango y dedicada al acompañami­ento de los menores que padecen cáncer– explicó que los niños, también los enfermos, necesitan sentirse niños, divertirse, oxigenarse, y esa es su función, “porque el hospital te mina, por ello el ejercicio o la danza representa­n un chute de energía”. María Rosa, 79 años, instruida de niña por el Maestro Otero, ha actuado en el Olympia de París y, en Nueva York, en el Radio City Hall, entre los 60 y 70 recorrió el mundo con su ballet –pionera en la entonces URSS o Japón–, siempre apasionada y corajuda. Cinco décadas en Madrid y un acento andaluz zalamero e impoluto, subió al escenario para dar con su cuadro de profesores, algunos de ellos alumnos del mítico Antonio el Bailarín. En los años noventa, me conmovió un reportaje del fotógrafo Tino Soriano sobre el día a día de una unidad infantil de oncología; recuerdo lo difícil que se me hizo digerir aquel magnífico trabajo donde la realidad desbordaba de la foto. Era la primera vez que veía a niños sin pelo, demacrados, ese día no pude comer. A lo largo de la última década, ficción y realidad nos han ayudado a masticar el cáncer infantil, desde el trabajo de Albert Espinosa a los esfuerzos de fundacione­s como Aladina, CRIS o El Sueño de Vicky.

“Bailar para recuperar el alma”, decían los profesores del Centro de Danza María Rosa. Justo lo que propone Joaquín Cortés en su nuevo espectácul­o, en el que se abre en canal. Cortés subió muy arriba, bailó en la Casa Blanca, su trabajo fue considerad­o Patrimonio Universal de la Humanidad por la Unesco y además se ligó a Naomi Campbell –apenas se entendían en un spanglish de urgencia, pero no lo necesitaba­n–. Alardeaban de su pasión mestiza: alma gitana y soul. Fue breve e intenso. Durante años, Cortés dio un paso atrás, malquerido en su tierra y encumbrado en plazas exóticas. Esencia –a los flamencos es una palabra que les pirra– es el nuevo espectácul­o que acaba de estrenar en Barcelona y que después anclará en Madrid, acaso la plaza más difícil para el bailaor que ha colaborado con Pedro Almodóvar, Jean-Paul Gaultier, John Galliano o Jennifer Lopez. Consiguió rejuvenece­r el zapateado y ponerlo de moda. Melena y perilla, cuero y quiebro. El nuevo Cortés busca ahora el fondo, incluso el forro, del baile, porque, tal y como decía Vicky Baum, recordada por la novela Gran hotel pero también bailarina: “Hay atajos para la felicidad, y el baile es uno de ellos”. La piel cambiante de la actualidad entierra artificio y abre el hambre de una nueva curiosidad, eso sí, bailando.

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EMILIA GUTIÉRREZ
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