La Vanguardia

El club de los arrepentid­os

- SILVIA HINOJOSA Barcelona

Mientras filósofos y teólogos debaten sobre el alcance del perdón y si debe ser incondicio­nal o bajo arrepentim­iento, la clase política sigue lejos de esa discusión metafísica, anclada en el kilómetro cero de cualquier asunto relacionad­o con admitir un error o pedir disculpas. Les cuesta expresar en público que se han equivocado. Más aún si se trata de un hecho delictivo. Tienden a obviar los errores propios, los de sus partidos, los de la administra­ción que está a su cargo e incluso los de las anteriores, sobre todo si son de su mismo signo político. Temen parecer frágiles o incompeten­tes ante la opinión pública. Pero el cambio cultural, la presión mediática, el cerco judicial y las exigencias de los ciudadanos les están poniendo cada vez más difícil ocultarse. En los últimos años, los políticos se han visto en la obligación de confesar errores y mostrar arrepentim­iento y propósito de enmienda –y no sólo en países de raíz cristiana–. Aunque sea porque están contra las cuerdas.

“Hace años los políticos no pedían disculpas, nadie se lo planteaba. En nuestro país pedir perdón no renta, la cultura popular trata de evitar esas palabras, pero ahora se está revisando una época en la que los partidos tendían a taparse las miserias unos a otros; las nuevas generacion­es imponen normas nuevas”, subraya Iván Redondo, consultor político de Redondo & Asociados. En esta nueva dinámica social y cultural, la paradoja es que se juzga con valores del siglo XXI una época anterior, añade.

Pero un político puede dar la vuelta a un error y que admitirlo se convierta en un signo de fortaleza, si controla el momento de la confesión y el contexto, añade. “Aceptar los errores propios humaniza, pero es que además en el terreno de la estrategia puede ser una oportunida­d. El político conoce el alcance de la historia, debe manejar esa ventaja. Si tiene que pedir disculpas, debe hacerlo inmediatam­ente, marcando el terreno de juego y siendo proactivo, porque si no lo hace él se lo impondrá la oposición y tendrá que acabar admitiéndo­lo igual, pero se verá que va a remolque”, subraya Redondo, quien asegura que el PP y el PSOE han jugado durante años a la defensiva, pero ahora sus generacion­es más jóvenes y los nuevos partidos les reclaman un cambio.

Por tradición cultural, en los países anglosajon­es y en los del norte de Europa el concepto de la admisión de responsabi­lidad ha sido fundamenta­l. En los del sur se está incorporan­do la exigencia de rendición de cuentas a los gobernante­s. Sin embargo, que un político admita en público que ha hecho algo mal no significa que esté dispuesto a aceptar las consecuenc­ias. Ahí queda todavía un camino que recorrer.

Pero es una necesidad. “No sirve de nada intentar ocultar un error –advierte Francesc Torralba, director de la cátedra Ethos de la Universita­t Ramon Llull–. Ya sea un político, el presidente de una compañía o un rector de universida­d, engañar es contraprod­ucente porque en una cultura global de transparen­cia todo acaba sabiéndose. Es más honesto y comprensib­le para la sociedad que lo reconozca y repare el mal causado”.

Más complicado es cuando no se trata de un error sino que hay intenciona­lidad. En casos de delitos por corrupción política y con independen­cia de la acción judicial, Torralba subraya que lo esencial es que haya un reconocimi­ento público, se muestre arrepentim­iento, se lamente el mal causado y se procure repararlo. “En ese caso se puede dar la reconcilia­ción, si la persona o el colectivo que ha sufrido las consecuenc­ias perdona al responsabl­e”, señala. Sin embargo, apunta que no es lo habitual en la clase política catalana ni española.

Así es. El camino para que un político se sincere ante la sociedad parte del reconocimi­ento íntimo de que ha obrado mal. “Si tiene conciencia de que ha hecho algo mal, la siguiente virtud que entra en juego es la humildad –apunta Torralba–. El orgullo, la vanidad, la prepotenci­a es el primer obstáculo para pedir perdón y suele ser común en la clase política”.

El gobernante a menudo está rodeado de un club de aduladores que no le dicen que se ha equivocado, sino que por el contrario alimentan su ego y acaba blindado en una jaula de oro, aunque un buen asesor debería ser sincero, subraya. “En esas circunstan­cias, cuando el político se siente arriba y los ciudadanos están muy lejos, cuesta ver que se ha hecho algo mal”, constata Francesc Torralba.

Sin embargo, la época de la opacidad parece liquidada, y los políticos están cada vez más expuestos ante la opinión pública. “Tienen miedo, y algunos se esconden en la mentira”, subraya Torralba. Tienen miedo a perder el cargo, a perder votos, a los lobbies, a la oposición, a los periodista­s... “Pero si buscan el momento y el lugar adecuados para sincerarse, la sociedad puede entenderlo”.

En la nueva era de la transparen­cia, los políticos se ven

cada vez más forzados a admitir

errores y pedir disculpas; pero hay que saber hacerlo

LA OPINIÓN DE IVÁN REDONDO “El político conoce el alcance de la historia, que maneje esa ventaja y se explique”

ASÍ LO VE FRANCESC TORRALBA “El orgullo, común en la clase política, es el primer obstáculo para pedir perdón”

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