Gracias, Raimon
Raimon se despide. Según afirma, deja los escenarios para siempre. Como le conozco y sé que es persona seria no creo que lo diga pensando en regresar. Tal artimaña, propia de los toreros, no se aviene con el cantante de Xàtiva –poco taurino, me parece–, que no necesita aludir a su retirada para agotar las localidades del Palau de la Música. Corran si aún no tienen entradas porque me temo que quedan muy pocas. Raimon nos ofrece un magnífico concierto antológico cada fin de semana de mayo –el mes más aludido en sus canciones– en el escenario donde ha actuado un mayor número de veces, su escenario predilecto.
Fue también en el Palau de la Música donde recibió el Premi d’Honor de les Lletres Catalanes, que por primera vez se otorgaba a un cantautor. Entre sus méritos pesó, según me contaron, el haber musicado poemas de los grandes autores de la literatura catalana. Los clásicos de antes, Ausiàs March, Jordi de Sant Jordi, Anselm Turmeda, Jaume Roig, Joan de Timoneda, Joan Roís de Corella, entre otros, y los clásicos más cercanos, casi de ahora como Pere Quart o Salvador Espriu, a cuyos textos dedicó un disco precioso con el título de Cançons de la roda del temps. Ciertamente Raimon hizo más por la difusión de la poesía catalana y, en consecuencia, por la normalización lingüística del catalán, que todos los programas de inmersión que vinieron después. Lo hizo además conservando la variante lingüística de su tierra, algo que me parece muy de agradecer porque tiene que ver con las fidelidades autóctonas que siempre ha mantenido. Sin embargo, no es ese aspecto el que, a mi juicio, pudiera parecer decisivo para el Premi d’Honor, siendo fundamental. El mérito mayor, a mi juicio, es el que avala su propia producción. Su poesía y también sus textos en prosa, menos conocidos –estupendo el dietario Les hores guanyades–, merecían con creces el Premi d’Honor, que ha distinguido durante su ya larga trayectoria a todos los que están, pero no a todos los que son o fueron. Entre los primeros, pienso, por ejemplo, en Pere Gimferrer, en mi opinión el más extraordinario de nuestros autores vivos. Entre los segundos, los que ya no están, me acuerdo de Maria-Mercè Marçal o de Josep Pla –por cierto, gran amigo de Raimon–, a los que se lo negaron, pese a merecerlo de sobra.
Acudí a escuchar a Raimon el primer día de su actuación, el viernes del pasado fin de semana. Como las demás personas que abarrotábamos el Palau, noté una mezcla de sensaciones entre las que dominaba la emoción contenida. El cantante, que es un profesional como la copa de un pino y continúa cantando de manera magnífica, se concentró en cada una de sus interpretaciones, sin mostrar la más leve añoranza, por lo menos en apariencia. En cambio, entre el público, desde el gallinero hasta el patio de butacas, la nostalgia cundió sin disimulos. Incluso vi lágrimas en algunos rostros. Creo que era inevitable, escuchando a Raimon, no evocar el paso del tiempo al que la música, más que ningún otro arte nos aboca, concienciándonos de que vivir es volver. Volví, por ejemplo, a la primera vez que escuché a Raimon. Fue en Mallorca, en un concierto privado, en casa del filólogo Moll. Me invitó la hija de este, Aina, mi profesora de francés. Yo por entonces cursaba todavía el bachillerato. Volví al concierto del Instituto Químico de Sarrià una mañana gloriosa y reivindicativa, el primer año de carrera en Barcelona. Volví al barcelonés Palacio de los Deportes cuando la nit, la llarga nit franquista parecía que se acababa definitivamente. Corría 1975 y el dictador estaba agonizando.
Volví a tantas y tantas otras actuaciones a lo largo de más de cincuenta años de esperanzas compartidas, de lucha común. Al igual que muchos de los que estábamos allí, tal vez incluido el propio Raimon, traté, no obstante, de evitar los valses de derrota con que el pasado cada vez con frecuencia mayor nos invita a bailar.
Creo que fue el filósofo Sacristán quien, utilizando una estupenda paradoja, al hacer referencia a las canciones de Raimon, aseguró que implican una autobiografía colectiva. Tenía razón. Raimon ha sido capaz de conectar con su generación a través de sus poemas en los que hay mucho de historia común. Basta, por ejemplo, analizar algunas de sus letras como la de He deixat ma mare a Xàtiva, cuyas referencias biográficas personales se convierten en colectivas al pasar de la evocación al compromiso: “He vingut ací per a dir-vos en la meva maltractada llengua / a tots vosaltres, germans”. Y lo mismo ocurre con “Als anys quaranta quan jo vaig nàixer… tots havíem perdut”. Aunque no seamos de Xàtiva y hayamos nacido más tarde, nos identificamos con ambas afirmaciones y somos cómplices de lo que estas implican: la denuncia de una situación determinada –cuando en España las libertades habían sido abolidas– y la solidaridad. Dos aspectos clave de la poesía y de la vida de Raimon.
Notas y palabras, poemas y música compartidas durante tanto tiempo forman parte de nosotros ya para siempre. Indisolublemente, como carne y sangre propias.
Gracias, Raimon.
La denuncia de una situación determinada y la solidaridad: dos aspectos clave de la poesía y de la vida de Raimon