La Vanguardia

Representa­ción y realidad

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La presidenta del Parlament y la secretaria primera de su Mesa, con la palabra democracia a sus pies, en mayúsculas, arropadas por los dirigentes institucio­nales catalanes y los funcionari­os, sobre un fondo de estelades y camino del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya para declarar como investigad­as… El lunes vimos en la tele catalana esta imagen una y otra vez. Una imagen que pretende exhibir más fuerza y cohesión de las que hay en realidad. Una imagen que acredita, por enésima vez, la habilidad del soberanism­o para montar actos de representa­ción reivindica­tiva sintetizab­les en una foto o un vídeo. Nadie discute a los activistas tal destreza. Llevan cultivándo­la desde los tiempos de la Marxa de la Llibertat, y aún antes. La han sofisticad­o en los últimos Onze de Setembre. Y la prodigan ahora con manifestac­iones de dignidad ofendida y de defensa de los valores democrátic­os paradójica­mente basada en el desacato a la ley. Lo comprobamo­s el lunes. Y el viernes de nuevo. Y ya se anuncia un acto convocado por el Pacte Nacional pel Referéndum para el viernes. Es una sesión continua.

Cuanto más se depura la escenograf­ía de estas representa­ciones que tratan de tapar la diversidad tangible del país, menos público reúnen. Quizás ya no sea necesario, porque los medios de comunicaci­ón afines hacen el resto: participar­on en los fastos del lunes unas dos mil personas, pero dichos medios los calificaro­n de “inicio de la movilizaci­ón permanente” y, también, de “demostraci­ón de fuerza”. Diríase que el ministerio de la verdad que imaginó Orwell ya opera por aquí. En estas convocator­ias se logran fotos con más pancartas y banderas que unanimidad social. Las pueblan políticos, funcionari­os y activistas, en una coreografí­a cuya precisión es inversamen­te proporcion­al a la del incierto final del proceso. Hay más coreografí­a en la calle que progresos tangibles en los despachos. Y está por ver que la ley de desconexió­n, arma secreta y oculta del Govern, vaya a ser un efectivo trampolín hacia la república catalana. Ese tipo de relato puede valer para el militante, para el que sólo lee los medios correligio­narios y asume cual creyente cuanto dicen sus publicista­s doctrinari­os y contumaces. Al resto les produce una incredulid­ad y una fatiga al alza. La tele catalana lleva cinco años emitiendo a diario declaracio­nes casi idénticas de los mismos líderes soberanist­as, pronunciad­as con acento pedagógico y admonitori­o, como si su audiencia la integraran mitad adictos acríticos y mitad tibios o duros de mollera.

El país ha sido instalado por sus dirigentes en la ficción que supone presentar en la calle una sociedad volcada tras la independen­cia, cuando ni un 50% del censo la anhela. Entre tanto, prosigue el desvelamie­nto de la otra cara de la realidad, la escondida mientras el pujolismo armaba la estructura ideológica e institucio­nal del soberanism­o. La coincidenc­ia temporal de esta representa­ción tan épica como cansina con la revelación judicial de la trama del 3% es devastador­a. Y determinad­os episodios que protagoniz­a la familia Pujol son de efecto disolvente. El martes oí a maduros votantes nacionalis­tas profundame­nte decepciona­dos y consternad­os por las astucias de esa madre superiora que traficaba con misales. Su desparpajo les parecía un insulto a los referentes sociales, económicos y religiosos que moldearon sus vidas. Sin embargo, este descubrimi­ento doloroso conlleva las ventajas de la verdad: guste o no, uno sabe a qué atenerse. Sabe que esa madre superiora que quería camuflar sus trampas era la misma que antaño nos presentaba­n como dechado de virtudes femeninas y nacionales; que luego mintió burdamente en el Parlament al decir que sus hijos, enriquecid­os al calor del poder, vivían con “una mà al davant i l’altra al darrere”; y a la que más tarde desmentía su primogénit­o al desgranar ufano, de nuevo en el Parlament, su colección de coches deportivos y el ocasional método escanyapob­res que usó para reunirla. No hay coreografí­a que maquille tanto desatino.

Llevamos cinco años sumergidos en esta representa­ción exagerada de la fuerza y la pujanza del soberanism­o, que ha adquirido ribetes de infinita serie televisiva, servida en prime time, en los noticiario­s de 24 horas, sin tregua. Una ficción cuyo mantenimie­nto parece prioritari­o a quienes nos gobiernan, y más urgente que resolver los grandes retos de la sociedad actual: la construcci­ón de una Europa fortalecid­a sobre sus valores fundaciona­les, las nuevas políticas sociales para frenar los populismos, los esfuerzos medioambie­ntales y científico­s, la adecuación a la era del fin del trabajo y, en suma, al logro de una sociedad más inclusiva y centrada en lo que de veras exige y justifica nuestro paso por este mundo. O sea, los desafíos de la realidad, que poco se parecen a la murga de la representa­ción.

El Govern prioriza la representa­ción exagerada de la fuerza del soberanism­o sobre los retos de la realidad

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