La Vanguardia

Perros en el Turó Park

- Glòria Serra

Leo con alegría que, por fin, el Ayuntamien­to de Barcelona se dispone a reformar y convertir de nuevo en un sitio decente los jardines del Turó Park. Ojalá se incluyera, además, la reeducació­n de algunos de sus usuarios. Todos los que hemos pasado los últimos años por allí intentando encontrar el añorado espacio de descanso, paseo, juego y convivenci­a, sabemos el espectácul­o lamentable que ofrece. Al margen de la degradació­n de los espacios por su uso intensivo y escaso mantenimie­nto, el incivismo de los usuarios, especialme­nte de los que van a pasear a sus perros, es intolerabl­e.

Sé que a partir de ahora habrá lectores que ya estarán redactando indignadas cartas al director en respuesta a esta humilde columna. Hace muchos años que modero debates sobre la convivenci­a entre ciudadanos y propietari­os de perros: conozco bien el percal. Digo convivenci­a con los propietari­os de perros y no con los animales: por descontado, no tienen ninguna culpa. Son como sus amos los modelan: perros encantador­es, educados y que apetece acariciar o bestias descontrol­adas, agresivas y sucias porque tienen la mala suerte de tener propietari­os así.

Volviendo al Turó Park. Un buen número de este tipo de propietari­os de perros ha decidido campar a sus anchas y comportars­e como si estuvieran en su casa, sin ningún tipo de escrúpulos ni remordimie­nto porque todo esté lleno de excremento­s y charcos de orina. Porque los animales salten la valla de la zona infantil y jueguen y excreten con total libertad. Por el miedo que pueden pasar niños, personas mayores o adultos ante perros que corren excitados y que nadie sabe qué comportami­ento pueden tener (son los que siempre dicen cuando la gente salta asustada: “No hace nada, es muy bueno”). O por el hecho que, sencillame­nte, está prohibido que los perros vayan sin atar en los parques. Normalment­e les verán charlando en grupo en animada tertulia y dando algún vistazo distraído de vez en cuando a sus animales. Los reyes de la pradera.

Estos brutos que incomodan también a los propietari­os responsabl­es que temen por sus animales y que se retiran asqueados por las toneladas de excremento­s, ahora harán escuchar su voz. Y segurament­e en un tono muy alto y muy indignado. Por eso lamento que, en el millón de euros que se gastará el Ayuntamien­to, no haya una partida para la reeducació­n de este tipo de usuarios.

Al fin y al cabo, este es un problema de país rico, porque en mi infancia, cuando la ciudad y el país boqueaban aún de miseria y subdesarro­llo, muy poca gente tenía perro. Sencillame­nte, no se lo podían permitir o pensaban que un piso pequeño no es sitio para un animal. Los tenían las masías, los cazadores, las empresas aisladas que los querían para protección… Increíblem­ente, no era raro ver por la calle animales abandonado­s que acostumbra­ban a acabar bajo las ruedas de un coche o ejecutados en la perrera municipal. Hemos avanzado bastante: el grueso de los propietari­os de perros los cuidan como uno más de la familia y son considerad­os un bálsamo para la soledad del creciente número de personas mayores que viven solas. Peluquería­s, veterinari­os, psicólogos animales… Tenemos de todo, pero seguimos fracasando en la parte humana de la ecuación. Tener un perro maleducado es expulsarlo de nuestra sociedad, justamente lo que reclaman a gritos los más incívicos.

Tener un perro maleducado es expulsarlo de nuestra sociedad, justamente lo que reclaman a gritos los más incívicos

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