La Vanguardia

Una tensa espera

En el campo base del Everest, los alpinistas siguen pendientes de una ventana de buen tiempo para iniciar el ascenso

- ROSA M. BOSCH Everest (Nepal) Enviada especial

En el campo base nepalí del Everest hay cocineros, médicos, guías de altura, helicópter­os… Pero ningún psicólogo y quizás este perfil profesiona­l sería de suma utilidad a los alpinistas que aguardan con tensión el día D, la hora de la verdad. La mayoría llevan entre tres y cuatro semanas en esta suerte de pueblo, a 5.350 metros de altura, y ya han finalizado las dos rondas de aclimataci­ón preceptiva­s, es decir, han dormido al menos una noche a más de 7.000 metros. Pero ahora falta que la meteorolog­ía juegue a su favor.

Las dudas han sido mayores para Ferran Latorre al haber sufrido una gripe que le ha obligado a retrasar la segunda fase de aclimataci­ón. Tras guardar reposo en la localidad de Lukla, a 2.840 metros, y en el campo base por fin ayer pudo encaramars­e por el glaciar de Khumbu, el primer obstáculo camino de la cima. El alpinista de Vic prevé rozar los 8.000 m el lunes para avanzar en su adaptación a la altitud antes de su ataque final al techo del mundo (8.848 m). El martes regresará abajo, descansará unos días y esperará a que llegue una ventana de buen tiempo para enfrentars­e a la subida definitiva junto con Sangay Sherpa, que le acompañará en esta aventura.

Y mientras llega el momento, muchas horas para pensar. “Más que temor a morir siento miedo al fracaso, aquí el problema no es la dificultad de la ruta (la vía normal por la cara sur), que no la tiene, sino el factor altura, no sabes cómo responderá tu cuerpo a más de 8.000 metros”, comenta Yannick Graziani, un curtido guía de los Alpes que compartió equipo con Latorre en el Nanga Parbat, en el G-I, en Pakistán, y ahora en el Everest. Latorre coincide con el francés. “Siempre pueden pasarte mil cosas, caerte un bloque de hielo encima, romperse una cuerda… Pero la complejida­d radica en la altitud. Este Everest no es nada comparado con mi intento por la cara norte de la vía Hornbein o la cima por la cara sur del Annapurna de Yannick”, señala Latorre, en una tertulia improvisad­a el viernes en la tienda comedor. Precisamen­te, este montañero participa en un estudio financiado por la Fundació Bancària La Caixa que persigue identifica­r los mecanismos fisiológic­os de la adaptación a la altura en base a las diferencia­s en la expresión del genoma.

“La espera es dura, crea angustia pensar en el día D”, añade Latorre. “Algunas mañanas me siento muy fuerte y otras muy débil, pasas por estadios de poca y de mucha confianza en tus posibilida­des”, interviene Graziani, mientras da cuenta de un cóctel energético a la hora del desayuno a base de tortitas, huevo duro, tortilla, fuet… “Quizás he comido demasiado…”, se lamenta. “A mi me encanta pasar diez días o más en el campo base esperando, estar en la tienda sin hacer nada… La vida aquí es más simple que en casa, sólo tengo que pensar en comer, dormir…”, opina Martina Bauer, una comercial freelance austriaca que suma una decena de expedicion­es a ochomiles de las cuales una culminó en cima, la del Manaslu. “No tengo miedo; al contrario, estoy entusiasma­da. No entiendo a la gente que abandona el campo base unos días para descansar en pueblos a menor altitud, aquí se está tan bien”. Bauer utilizará oxígeno embotellad­o en su primera incursión al Everest. Sus colegas en la tienda comedor, Latorre, Graziani y el también austriaco Hans Wenzl, lo intentarán sin O2 artificial.

Un vecino en el campo base, el argentino Mariano Galván, juzga lo contrario que Bauer. El viernes por la mañana partió rumbo a Dingboche (4.400 m) para prepararse para el ascenso al Lhotse, una montaña de 8.516 metros que comparte ruta con el Everest hasta los 8.000. Galván, que empalmará el Lhotse con el Nanga Parbat en junio, acompaña en esta ocasión a una clienta neozelande­sa. También el aragonés Javier Camacho decidió el viernes descender hasta Dingboche para intentar recuperars­e de una persistent­e tos. “Quería bajar en helicópter­o hasta Namche Bazar (3.400 m) pero me piden 600 dólares, así que iré andando hasta Periche (4.240 m)”. Por la noche, cuando todo el mundo ya se ha metido en sus sacos, el silencio se rompe con un inquietant­e concierto de toses. “Es la tos del Khumbu, fruto del aire seco, el frío…”, puntualiza Camacho. También alguna que otra avalancha altera el sueño de las cerca de mil personas que duermen en tiendas montadas encima del hielo y de rocas.

Esta temporada, además de la tos del Khumbu, han aflorado otras patologías que han llenado el dispensari­o habilitado en el campo base. Gripe y neumonía han dejado fuera de combate a un puñado de alpinistas. “Han circulado muchos virus. Calculo que alrededor del 20% de los expedicion­arios ya han abandonado, unos por cansancio y otros por enfermedad”, detalla Russell Brice, un veterano operador en el Everest. Brice gestiona la agencia Himex, que ofrece estancias con todas las comodidade­s y facilidade­s a partir de unos 60.000 euros.

Unos en Periche, Dingboche, Namche Bazar… Un opulento grupo de chinos en un lujoso hotel de Katmandú. Y el resto en el campo base. Mientras no llega la hora de la verdad cada uno mata el tiempo a su manera. Leyendo, durmiendo mucho, visitando a otros expedicion­arios, fotografia­ndo el sobrecoged­or panorama de montañas. El Nuptse, la espalda oeste del Everest, el Lhotse, el Pumori... “Yo aprovecho para lavar ropa, ducharme y leer”, comenta Graziani, quien también es un amante de las tertulias y se interesa por la política española y catalana. Con una temperatur­a gélida en el exterior, a excepción de durante las escasas horas de sol, la tienda comedor es el punto de reunión. Ataviados con pantalones, chaquetas de plumas y gorros sorben té, café, bebidas gaseosas y cerveza Sherpa para mantener la hidratació­n.

En la tienda contigua, los cocineros hierven constantem­ente agua caliente y preparan la comida para los comensales. Arroz, pasta, chapati, pollo, sopa, verduras salteadas, patatas fritas. A la hora de acostarse también tienen preparada agua hirviendo para llenar las cantimplor­as que los alpinistas depositan dentro de sus sacos. Una gran solución para las temperatur­as bajo cero.

“Más que temor a morir, siento miedo al fracaso: el problema es el factor altura”, dice un guía

 ?? RM. BOSCH. ?? Panorámica del campo base nepalí del Everest, a 5.350 metros de altura, donde duermen cerca de mil personas en tiendas montadas encima del hielo y las rocas
RM. BOSCH. Panorámica del campo base nepalí del Everest, a 5.350 metros de altura, donde duermen cerca de mil personas en tiendas montadas encima del hielo y las rocas
 ?? RM . BOSCH ?? Hanz Wenzl, Ferran Latorre y Yannick Graziani (de izq. a derecha)
RM . BOSCH Hanz Wenzl, Ferran Latorre y Yannick Graziani (de izq. a derecha)
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain