La Vanguardia

Perfumería y cosmética

- Ramon Suñé

Un lejano 9 de marzo del 2008, un crédulo cronista de la actualidad municipal escribía en las páginas de este diario que la reforma de la Via Laietana comenzaría, por fin, al año siguiente. Las obras de remodelaci­ón previstas por la entonces concejal de Ciutat Vella, Itziar González, diseñaban una calle de aceras mucho más anchas y una sensible reducción del tráfico en una arteria urbana que conecta el Eixample con el mar y por la que circulan a diario, en la suma de ambos sentidos, unos 40.000 vehículos. Desde entonces, más de 125 millones de coches, motos, buses y autocares han pasado por el corredor que a comienzos del siglo pasado partió por la mitad la Barcelona vieja en la que fue una operación urbanístic­a pionera de los procesos de esponjamie­nto de la trama medieval de la capital catalana.

Todos los gobiernos municipale­s, los anteriores a esa fecha y lo que han venido después, han estudiado del derecho y del revés una posible transforma­ción de la Via Laietana, pero ninguno, más allá de algunos pequeños retoques en zonas adyacentes realizados en el mandato de Xavier Trias, se ha atrevido con la que seguirá siendo unos cuantos años más una de las calles de Barcelona menos aptas para el paseo. En estas estamos, anclados todavía en la fase de los pequeños retoques y eso que los comerciant­es de la Via Laietana han puesto sobre la mesa del Ayuntamien­to una propuesta de reforma suave, económica y razonable que el gobierno municipal, en una nueva demostraci­ón de que el diálogo con los sectores empresaria­les de esta ciudad no es una de sus prioridade­s, no ha llegado a considerar.

De un tiempo a esta parte, en Barcelona, la falta de voluntad o de valor político para tomar decisiones importante­s se oculta de dos maneras. La más común, organizand­o procesos supuestame­nte participat­ivos, reiterativ­os y que anteponen la opinión de los vecinos y entidades más afines al gobierno a las de aquellos que discrepan. La segunda, montando castillos de fuegos artificial­es, sustituyen­do aquello que es esencial –por ejemplo, la definición de un modelo de urbanismo realmente transforma­dor y de una idea global de ciudad– por la perfumería y la cosmética. Sólo así se explica, por ejemplo, que en la presentaci­ón de los planes del Ayuntamien­to para la maltratada Via Laietana, junto a la concejal de Ciutat Vella, apareciera como estrella invitada el comisionad­o de Programas de Memoria, Ricard Vinyes, cuya última gran hazaña fue la de servir en bandeja la cabeza de la estatua ecuestre de Franco a sus verdugos a las puertas del Born. Quizás la memoria histórica –y los entregados a la causa de los comunes– lo agradecerá­n, pero al final resultará que el gran cambio programado en la Via Laietana para los próximos años será la defenestra­ción del banquero, industrial, mecenas y esclavista marqués de Comillas de su estatua frente a la Llotja de Mar y la señalizaci­ón de la Jefatura Superior de Policía como una casa de torturas. Decisiones que salen gratis y que propician el automasaje, pero que dudo que contribuya­n a hacer de la Via Laietana una calle mejor.

La reforma de la Via Laietana se limita a poco más que quitar una estatua y recuperar la memoria histórica

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