La Vanguardia

¿Hacia una laicidad de la sociedad?

- Lluís Martínez Sistach

En nuestras sociedades de la Europa occidental podemos preguntarn­os si caminamos hacia una laicidad de la sociedad, como si se quisiese una sociedad laica sin ninguna presencia religiosa en la convivenci­a social.

Este proceso de laicizació­n de la sociedad se manifiesta de muchas maneras, como el uso de las iglesias para actividade­s culturales sin respetar la dimensión religiosa de estos lugares, la oposición a los pronunciam­ientos públicos de las religiones sobre hechos de la vida social que tienen calado ético, la tendencia a quitar toda referencia religiosa al nombre y contenido de las fiestas religiosas y patronales. La lista podría ampliarse.

Hay una concepción que pretende justificar la no presencia de las autoridade­s públicas en celebracio­nes religiosas de la sociedad, en nombre y exigencia de la laicidad del Estado. La presencia de estas autoridade­s en celebracio­nes religiosas parece para algunos una contradicc­ión con el Estado laico, o una situación propia del Estado confesiona­l que ya dejamos.

A propósito de esta realidad, considero que el Estado laico, con una laicidad democrátic­a, positiva y abierta no prohíbe ni contradice que las autoridade­s públicas, creyentes o no creyentes, puedan asistir a celebracio­nes religiosas, con motivo de las fiestas patronales de una ciudad o pueblo.

La laicidad del Estado armoniza con la forma de ser de la sociedad, que es por su misma naturaleza plurirreli­giosa. Las autoridade­s están al servicio de los ciudadanos y de los grupos, asociacion­es e institucio­nes sociales, culturales y religiosas de la sociedad. Su presencia en un acto religioso valorado y participad­o por los ciudadanos de una religión es una manifestac­ión más del respeto y estima que la autoridad pública tiene a sus ciudadanos y su deseo de participar en lo que los ciudadanos de una religión valoran y celebran. Es realmente agradable ver a los representa­ntes del pueblo en actos culturales, religiosos y sociales que los ciudadanos valoran, organizan y celebran.

El caso más claro se da en las celebracio­nes religiosas de las fiestas patronales de las ciudades y pueblos. La presencia de las autoridade­s públicas, creyentes o no creyentes, en tales actos consiste en una presencia solidaria hacia los ciudadanos que celebran la fiesta patronal, y también es una manifestac­ión de su reconocimi­ento por la participac­ión de estos ciudadanos y de su religión en las tareas de la sociedad colaborand­o positivame­nte en la realizació­n del bien común de la misma.

Aquí conviene recordar que el Estado es laico pero la sociedad es plurirreli­giosa. No puede ignorarse que la laicidad del Estado está al servicio de una sociedad plural en el ámbito religioso. Por el contrario, una sociedad laica implicaría la negación social del hecho religioso o, al menos, del derecho a vivir la fe en sus dimensione­s públicas, lo que sería precisamen­te opuesto a la laicidad del Estado.

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