‘Forever young’
Junto con L’escurçó negre, la serie Els joves es un clásico entre los cuarentones y cincuentones catalanes. The Young Ones se emitió en la BBC entre 1982 y 1984. Poco después, una jovencísima TV3 emitiría la versión doblada, con tanto éxito que la cadena ha seguido reponiéndola, hasta el punto de que se considera de culto, y muchos se saben diálogos enteros de memoria.
Era punk, era surrealista, era de lo más bestia que se había visto en la tele. Cuatro universitarios comparten piso y montan unos pollos fenomenales. La nostalgia es la gran seductora de quienes crecieron con sus aventuras. Y por eso, el Festival Primera Persona contó el viernes por la noche con dos de sus protagonistas: Nigel Planer (que hacía de Neil, el hippy) y Alexei Sayle (que encarnaba al casero y a otros personajes de la familia Balowski).
Entre los que llenan el auditorio del CCCB está el escritor Jordi Puntí. La primera vez que se emitió la serie –los domingos, si no le falla la memoria– compartía piso, así que él y sus compañeros eligieron cada uno a un personaje. Su preferido era Rick, el nihilista anarquista y creído que interpretaba Rik Mayall. Y es curioso, porque como apunta Planer (que ya no lleva melena, sino el pelo corto y blanco), la idea era crear estereotipos tan repulsivos que nadie pudiera sentirse identificado con ellos. No funcionó.
Los ya no son tan joves están sentados en el sofá de un escenario que emula el comedor de aquel decorado abigarrado de trastos. Cogen un palo de críquet apoyado en una mesita. “Es de verdad, los que utilizábamos nosotros eran de goma”, dicen. Claro que los suyos servían para golpearse unos a otros. Cuentan que los extras a los que contrataban para grabar trifulcas, y saltaban por los aires con las explosiones, parecían psicóticos auténticos. Un trozo de chocolate gigante estuvo a punto de partirle la cabeza a Planer, tuvo que ir al osteópata. Y en uno de los capítulos, Mayall podría haberse hecho mucho daño porque, al traspasar el suelo, la cama en la que se estaba peleando cayó desde una altura mayor de lo que habían calculado.
Mayall murió en el 2014. No se acababa de desprender de su personaje. Tenía mucha energía, como muestra un youtube que Planer encontró por casualidad y ni siquiera recordaba. Ambos aparecen con Adrian Edmodson (era el destroyer Vyvyan), interpretando My Generation de The Who. La música era fundamental, empezando por el tema de Cliff Richard que daba nombre a la serie, y siguiendo por esas actuaciones que se filtraban en los capítulos. Pasaron por Els joves grupos como Madness, The Damned o Mötorhead. “Grabar con Mötorhead fue tan divertido como parece”, aseguran. Todo el equipo llegó tarde porque estaban con resaca, salvo Planer, y el líder de la banda, Lemmy Kilmister, cuya botella de Jack Daniel’s indicaba que aún no se había ido a dormir.
Una escoba y una bayeta podían tener una conversación tipo Downton Abbey, y un tomate lamentarse de su suerte. Eran marionetas de trapo hechas con pocos recursos. Hace unos días, un hombre se acercó a Planer para decirle, muy orgulloso, que su mano había representado a una zanahoria. Tanto Planer como Sayle descubrieron hace poco el éxito nostálgico que aún tienen en Catalunya. Lo atribuyen a que aquí se ve mucha comedia británica, a la calidad del doblaje y a que “habíais tenido a Franco y nosotros teníamos a Margaret Thacher”. “¿Dirías que tienden a ser escatológicos?”, pregunta Sayle. “Creo más bien que el suyo es un humor absurdo y un poco infantil”.
Fragmentos de la serie hacen de hilo conductor. Pero, a falta de un moderador, a veces la charla se desvía hacia la de dos abuelos cebolleta hablando de sus cosas. Sayle, que veranea en el sur de España (“como todos los ingleses”), se pone a contar exultante que allí todo el mundo veía El coche fantástico. ¡Y le dijeron que también existe El helicóptero fantástico! Mientras habla, dan las 12 y la poeta Míriam Cano, en el público, cumple 35 años. Es de las que se saben diálogos enteros de memoria. Els
joves son eternos.
En la serie ‘Els joves’ una escoba y una bayeta podían tener una conversación tipo ‘Downton Abbey’