No disparen al turista
Al Ayuntamiento se le acumula el trabajo: debe luchar contra los alquileres ilegales, invertir más en las zonas turísticas y, además, condenar el asalto a hoteles para que Barcelona no se gane en el exterior una fama de ciudad xenófoba.
Proliferan en Barcelona las protestas contra los efectos perversos de la masificación turística, como es la expulsión de los vecinos con rentas más bajas por culpa de la subida de los alquileres. Ayer también hubo movilizaciones. Suelen ser actos pacíficos promovidos por personas que han visto cómo su paisaje habitual en Ciutat Vella, Gràcia o Poble Nou sufría una súbita alteración que respondía a intereses ajenos no siempre identificables. Intereses a veces especulativos.
Atender las demandas de estos vecinos requiere políticas decididas y, por supuesto, más flexibles y adaptables a la realidad que las que viene adoptando la administración. Sin olvidar que el problema no es estrictamente barcelonés (afecta a todas las ciudades atractivas), hay que convenir que las políticas municipales de los últimos años no han sabido dar respuesta a una patología que lleva tiempo incubándose.
La administración convergente tuvo inicialmente la justificación de un contexto de crisis económica en el que no se habrían entendido bien políticas de restricción del turismo. Pero, a pesar de ello, en algún momento de su mandato empezaron a intuirse las tendencias perniciosas que ahora se manifiestan plenamente y se optó por la pasividad.
Por su parte, BComú antepuso la declaración de intenciones que supuso restringir la apertura de nuevos hoteles a un control efectivo de los alquileres turísticos, que son los que de verdad inciden en el mercado inmobiliario. Se lanzó de paso un mensaje de hostilidad para con los visitantes que causó estupor en el exterior.
Aunque el Ayuntamiento se esforzó después en matizar aquel mensaje y en aclarar que el problema no eran los turistas, sino un modelo turístico perverso, ahora asistimos a una derivada no menor del problema que es la actuación agresiva de grupos minoritarios –en el entorno de la CUP– que pretenden imponer la Barcelona de antaño por su cuenta.
Lo único que se puede conseguir asaltando hoteles y aterrorizando a unos pobres turistas es que Barcelona se acabe ganando una merecida fama de xenófoba, más que de turismófoba. Y la indolencia del gobierno municipal a la hora de condenar los ataques no hace más que agravar el conflicto. Que los asaltantes de los hoteles fueran uniformados (ni que fuera grotescamente) no deja de ser otro mensaje equivocado hacia muchos países de Europa en los que, por razones de todos conocidas, repugnan las uniformidades.
“Barcelona anuncia una ley para mantener alejados a los turistas” (Telegraph), “La guerra de Barcelona contra los turistas” (Politico) o “Barcelona, la ciudad que se revuelve contra los turistas”
(news.com.au) son algunos titulares recientes que harán felices a quienes en el turismo sólo ven un problema. Y da miedo pensar lo que pasará cuando los sitios web de servicios turísticos se llenen de opiniones más o menos razonadas de los usuarios denunciando la hostilidad de los barceloneses.
El Ayuntamiento, que acertó a la hora de intentar poner límites a la expansión de Airbnb y de plataformas similares –el principal problema, como apunta el PSC, no lo plantean los hoteles–, anuncia ahora la contratación de nuevos inspectores de apartamentos ilegales y su propósito de llegar hasta los 110 en el 2018. ¿Serán suficientes? Todo lo que no sea un plan de choque generosamente dotado de recursos está condenado al fracaso.
Urge también reforzar los servicios de transporte en las líneas utilizadas por los turistas que van a la playa o al Park Güell. Y, por qué no, iniciar una campaña de concienciación que nos ayude a ver la realidad del problema más allá de nuestro propio terruño. Habrá que empezar a pensar que cada vez que viajamos y nos alojamos en un apartamento turístico estamos causando a esa ciudad de destino y a sus indefensos vecinos el mismo mal que tanto nos duele cuando se trata de nuestra admirada Barcelona.