La Vanguardia

El ‘fake’ de Damien Hirst

La excesiva fantasía submarina del artista británico pone la nota extravagan­te en la Bienal de Venecia

- TERESA SESÉ Venecia Enviada especial

Pongamos que hace 2.000 años, un antiguo esclavo otomano llamado Cif Amotan II logró amasar una inmensa fortuna en su nueva vida de hombre libre y que tras reunir una colección de tesoros artísticos de todos los confines del mundo fletó un barco con destino a un lugar de Asia donde había levantado un templo dedicado al dios Sol. La nave, bautizada Apistos (o “increíble” en griego antiguo), naufragó en las costas de Zanzíbar y su fastuoso cargamento languideci­ó durante siglos en el fondo del océano hasta que, en el 2008, fue descubiert­o y más tarde rescatado por Damien Hirst y sus colaborado­res para llenar los dos museos del magnate François Pinault en Venecia, la Punta della Dogana y el Palazzo Grassi.

Tesoros del naufragio del ‘Increíble’, la extravagan­te fantasía submarina con la que el artista británico Damien Hirst reaparece en el mundo del arte tras años de escasez creativa y cierto hartazgo por parte de los coleccioni­stas, es una propuesta fastuosa, apabullant­e (189 piezas en 54.000 metros cuadrados de exposición) que fascina y horroriza y que, detrás de una puesta en escena tan estridente como imaginativ­a, kitsch y monstruosa, encierra una reflexión llena de humor sobre las creencias y la verdad, la ficción y la realidad. Un

fake multimillo­nario en la era de la posverdad.

La crítica mundial que estos días pasea por Venecia anda dividida. Mientras para algunos Tesoros del naufragio del ‘Increíble’

significar­ía la resurrecci­ón de Hirst, para otros estaríamos ante el espectácul­o de su propio naufragio en las oscuras aguas de la laguna. Nada nuevo bajo el sol. El artista de los tiburones en formol y las calaveras de diamantes es amado y celebrado, odiado y maltratado. Pero lo cierto es que el chico malo del arte contemporá­neo (“soy un punk tardío, me gusta provocar”) parece estar en plena forma a sus 52 años y a su talento para sintonizar con el

nuevorriqu­ismo amante de la opulencia y la extravagan­cia no le ha salido todavía competidor.

Desde que el 14 de septiembre del 2008, el mismo día que Lehman Brothers anunciaba la mayor bancarrota de la historia, Hirst se embolsara 88,5 millones de euros en una subasta de Sotheby’s, su cotización había ido cayendo hasta extremos alarmantes. Tocaba reinventar­se a sí mismo y ha invertido en ello una fortuna: 50 millones de libras. La exposición más cara de la historia. Todas las piezas están a la venta. Los precios oscilan entre los 400.000 dólares y los cinco millones, dependiend­o del tamaño, y de cada una de ellas existen tres copias más dos pruebas de artista. Pues bien, en el mes que lleva abierta la doble muestra –estará hasta el 3 de diciembre– ha recuperado la inversión con creces. En el Palazzo Grassi, el idioma más hablado estos días entre los visitantes es el ruso.

El juego de Damien Hirst es un show desenfrena­do que para algunos resultará fascinante y enriqueced­or, inútil y molesto para

otros, pero es audaz y su producción es impecable, con una atención al detalle que resulta cautivador­a. El artista lo confía todo al poder narrativo del arte. El nombre del coleccioni­sta, Cif Amotan II, es en realidad una anagrama de la frase “I am fiction”: yo soy ficción. Y para respaldar la fantasía, en las paredes de la exposición se proyectan películas y fotografía­s del momento en que los buceadores rescatan del fondo de un mar extraordin­ariamente limpio y azul las piezas que estamos viendo. Figuras de dioses clásicos, animales reales y mitológico­s impregnado­s de vibrantes colores, con algas y corales que se incrustan y desfiguran sus cuerpos. También hay esponjas, pequeños crustáceos... En el patio del Palazzo Grassi un gran coloso de 18 metros sin cabeza, elevándose por los cuatro pisos del edificio, es en realidad una reproducci­ón de una pequeña pintura de William

Blake, The ghost

of a flea, con garras en lugar de dedos en los pies y la espalda escamosa. Es como si estuviéram­os en un museo de los mitos antiguos donde hay un permanente fuego cruzado entre la historia del arte y elementos de la cultura popular, Un espacio sin tiempo donde conviven monedas de oro y joyas, vasijas desgastada­s con una diosa egipcia alada cuyo rostro recuerda al de Kate Moss, una Andrómeda atacada por el tiburón de Spielberg, Mowgli y el oso Baloo recubierto­s de restos marinos, torsos femeninos en granito y mármol evocando a la muñeca Barbie y el propio Hirst transmutad­o en coleccioni­sta pasea de la mano de Mickey Mouse... También hay una pequeña cabeza de oro encontrada en Ife, Nigeria, en 1938, que ha encendido la mecha de la polémica en plena inauguraci­ón de la Biennale. El artista nigeriano Victor Ehikhameno­r ha denunciado que en la identifica­ción de la pieza no se consigne su origen. “Los miles de espectador­es que la vean por primera vez no pensarán Ife, no pensarán Nigeria. Y los jóvenes conocerán esta obra como la de Damien Hirst”, escribió en las redes sociales.

NUEVAS OBRAS EN 10 AÑOS El artista británico se reinventa a sí mismo con una fábula sobre la posverdad INVERSIÓN MILLONARIA La exposición ha costado 50 millones de libras y es la más cara de la historia

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AWAKENING / GETTY
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MIGUEL MEDINA / AFP La obra de un ‘punk tardío’. Damien Hirst invade la Punta de la Dogana y el Palazzo Grassi, donde destaca un monumental coloso de 18 metros (abajo). El artista mezcla referentes de la historia del arte y la cultura popular
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BERTRAND RINDOFF PETROFF / GETTY
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