Zaini Abdulá
Un tribunal islámico de Indonesia condena a dos jóvenes gais a recibir 85 latigazos
GOBERNADOR DE ACEH
Un juez en la provincia indonesia de Aceh, la única en el país donde se practica la ley islámica, ha sentenciado que dos jóvenes reciban 85 latigazos como castigo por haber mantenido relaciones homosexuales.
Son jóvenes. Tienen 20 y 23 años, respectivamente, y se cubrían el rostro con las manos y la ropa, de forma instintiva, como podían, en una reacción entre el miedo y la vergüenza ante el castigo que estaban convencidos que les iban a infligir por haber mantenido relaciones sexuales.
M.T. y M.H., como los presentó el magistrado que los iba a juzgar, según la prensa local, no se equivocaron. Se sentaban en el banquillo de los acusados del tribunal de Banda Aceh, la capital de la provincia más conservadora de Indonesia, la única de este país multiconfesional en la que se aplica la charia, fruto de un acuerdo de paz entre Yakarta y la guerrilla separatista en el 2005, que acabó con tres décadas de conflictos que causaron 15.000 muertos. Su delito era ser homosexuales y haber sido detenidos por tener relaciones sexuales.
Y no erraron. El juez Khairil Jamal los condenó ayer a cada uno de ellos a recibir 85 latigazos públicos el próximo día 23. “Ha sido probado jurídicamente, de forma convincente, que los dos acusados son declarados culpables de mantener relaciones sexuales”, dijo el juez, según la prensa local.
Se trata de la primera ocasión en que la justicia de Aceh hace uso de la leyes contra la homosexualidad, que entraron en vigor en el año 2014, y lo ha hecho con todo su rigor. El juez Khairil Jamal les ha aplicado una pena de 85 latigazos, frente a los 80 que solicitaba la acusación y la pena máxima de 100 que contempla la normativa para este delito. Un castigo que Andreas Harsono, de Human Rights Watch, calificó de “barbaridad”.
Hasta ahora, este tipo de castigo, que se aplica con una vara muy fina, sólo se imponía a los delitos de juego, consumo de alcohol y adulterio, y tiene como principal objetivo la humillación del acusado más que producirle un gran daño físico.
El caso de esta pareja de homosexuales, sin embargo, ha puesto de relieve la creciente homofobia que existe en Aceh y en el resto del país, donde por cierto no existen leyes contra la homosexualidad. Los dos hombres fueron arrestados el pasado mes de marzo en la pensión de Banda Aceh donde residían.
Un grupo de vecinos los localizó, irrumpió en su habitación cuando estaban en la cama y los retuvo hasta que llegó la policía de la charia. Mientras tanto, M.T. y M.H. fueron filmados en un vídeo, ampliamente difundido en las redes sociales locales, en el que se ve a los vecinos insultar, dar patadas y bofetones a los dos hombres. Uno de ellos es empujado repetidamente por una persona que les impide salir de la habitación, y el otro, desnudo, se ve visiblemente angustiado y pidiendo ayuda por el móvil.
Para ambos, sin embargo, sus penalidades no terminarán el día 23 cuando hayan recibido los 85 golpes. Tras declarar que “esto es una prueba para nuestra familia”, el padre de uno de ellos, que manifestó desconocer que su hijo fuera homosexual antes de ser detenido, afirmó que “después de que se resuelva este problema , lo enviaremos a un internado islámico para que lo eduquen y ya no sea desviado nunca más”, según la prensa local digital.
Las declaraciones de este progenitor revelan la problemática sobre la homosexualidad que existe en Indonesia, a pesar de que nunca ha sido ilegal en este país de 258 millones de habitantes, excepto en la provincia de Aceh. Una situación a la que no ayuda que la Asociación de Psiquiatras de Indonesia clasifique la homosexualidad y la bisexualidad como enfermedades.
A todo ello se suma una creciente animadversión de los indonesios hacia el movimiento homosexual. Una actitud, fruto de un conservadurismo progresivo, que impulsa a las autoridades a reprimir cualquier actividad organizada por estos grupos, a pesar de que este colectivo es cada vez mayor y genera más actividad económica en el país, que algunos estudios cifran en 12.000 millones de dólares anuales. Una cantidad nada desdeñable.
“Lo enviaremos a un internado islámico para que lo eduquen y ya no sea desviado”, dice un padre