La Vanguardia

El botín de Lemoiz

Rajoy cede a Euskadi el edificio que debía albergar la central nuclear, un proyecto que costó la vida a cinco trabajador­es a manos de ETA

- JOKIN LECUMBERRI

Oculto tal vez por los destellos del acuerdo sobre el cupo y las nuevas inversione­s en Euskadi, pasó desapercib­ido en el pacto presupuest­ario entre el Gobierno central y el Ejecutivo vasco un compromiso importante, la cesión de Lemoiz, la antigua central nuclear que nunca llegó a ponerse en marcha.

Los dos gobiernos ratificaro­n ayer la devolución a Euskadi en cinco años de los 1.400 millones correspond­ientes a la liquidació­n del cupo y su fijación para este año en 956 millones de euros. Pero junto a este pacto financiero ambos acordaron ceder “de manera inmediata” a las institucio­nes vascas la central de Lemoiz (Bizkaia), un icono de la energía nuclear que nunca llegó a estar operativa y que arrastra una trágica historia de movilizaci­ones sociales y violencia, con cinco de sus trabajador­es asesinados por ETA.

El aspecto idílico de la cala de Basordas cambió para siempre en 1972. Dentro del plan eléctrico nacional impulsado por Franco, el régimen inició las obras de un ambicioso proyecto que culminaría en una potente planta nuclear de dos unidades de 1.000 megavatios cada una, más del doble de potencia que la burgalesa Santa María de Garoña. El objetivo era dotar de independen­cia energética a una región deficitari­a debido a la gran cantidad de industria con la que contaba. La empresa Iberduero (Iberdrola) se hizo cargo de un proyecto de 900.000 millones de pesetas.

Se eliminó el islote natural y la cala fue cerrada mediante un dique y posteriorm­ente drenada. Desde el comienzo de su construcci­ón surgió una importante contestaci­ón social, que a escala política fue capitaliza­da por la izquierda abertzale. Los movimiento­s antinuclea­res afloraron en Euskadi dando lugar a multitudin­arias manifestac­iones contra el proyecto de Lemoiz. El PNV, sin embargo, defendió la planta, argumentan­do que garantizab­a la casi total independen­cia energética vasca y la recaudació­n beneficios­a para el territorio del IVA derivado del consumo eléctrico gracias al concierto económico.

A partir de mediados de los setenta, Lemoiz se convirtió en objetivo de ETA, que atentó contra la central en numerosas ocasiones. En 1981 secuestró al ingeniero jefe del proyecto, José María Ryan, al que posteriorm­ente asesinó tras no cumplirse su exigencia de desmantela­r la central en el plazo de una semana. Apenas un año después, la banda acabó con la vida del director de la sociedad que la regía, Ángel Pascual. Otros tres obreros murieron víctimas de las bombas introducid­as por ETA en la central, que ocasionaro­n múltiples destrozos. Los continuos sabotajes retrasaron aún más su construcci­ón.

Una activista antinuclea­r donostiarr­a falleció también por los disparos de la Guardia Civil durante una movilizaci­ón en 1979 contra este tipo de energía en Tudela (Navarra).

El proyecto eléctrico nacional puesto en marcha en los albores del franquismo considerab­a precisamen­te la construcci­ón de otras tres plantas en Tudela, Deba (Gipuzkoa) e Ispaster (Bizkaia). Las importante­s movilizaci­ones sociales aglutinaro­n a un heterogéne­o espectro de la población vasca. En el libro sobre la historia de la central Euskadi en duelo, el historiado­r Raúl López Romo defiende que Lemoiz fue el detonante para las protestas sociales tras años de dictadura, unas reivindica­ciones que iban desde lo medioambie­ntal hasta lo político. La lucha pacífica contra la central quedó eclipsada por la violenta, que para López Romo fue la que provocó que la central nunca funcionara. El miedo pronto se extendió entre sus trabajador­es y, de hecho, el día posterior a los asesinatos de Ryan y Pascual, ningún obrero acudió a la planta.

La moratoria nuclear del gobierno socialista en 1984 supuso la paralizaci­ón total de las obras y la puntilla al proyecto, dejando en la cala una central prácticame­nte acabada que nunca llegó a usarse. Una mole de 200.000 metros cúbicos de hormigón abandonada frente al mar Cantábrico que ahora pasará a manos de las institucio­nes vascas, que estudian destinar el terreno a un innovador proyecto de acuicultur­a que todavía está en fase embrionari­a. Hace años ya se estudió la posibilida­d de instalar un parque temático de la energía y también se ha especulado con que fuera utilizado como centro de captación de energías marinas.

La planta, que llegó a estar protegida por cientos de guardias civiles, está ahora rodeada por una alambrada agujereada. Dos vigilantes controlan los once edificios repletos de maleza que la componen, en los que de vez en cuando se cuelan ladrones de cobre. Recienteme­nte, antes de conocerse el pacto por el que el terreno se traspasará a manos vascas, algunos vecinos de la localidad plantearon derribar el dique que cierra la cala, para permitir la entrada del mar cinco años después.

La inmensa planta, abandonada desde 1984 y nunca operativa, arrastra una trágica historia

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