La Vanguardia

Melania, Ivanka, Brigitte

- Laura Freixas L. FREIXAS, escritora

Eso es su vida privada”, nos replican a quienes comentamos las parejas de los políticos. Y sí, ciertament­e es su vida privada, pero con una dimensión política. ¿Por qué? Por dos motivos. Uno es que revela hasta qué punto el político en cuestión cree de verdad en esa igualdad de sexos que, habitualme­nte, proclama. Y dos: lo queramos o no, los políticos, sobre todo si gobiernan, son modelos. Y qué modelos tan distintos nos ofrecen quienes ocupan hoy la Casa Blanca y el Elíseo...

En Washington hay un presidente con la trayectori­a típica de los hombres triunfador­es: varias parejas sucesivas, cada una más desigual que la anterior, lo que suele significar mujeres cada vez más jóvenes. Melania tiene 24 años menos que su marido, es guapísima, no abre la boca, y Trump no le hace el menor caso. Quizá los Bush, Obama o Clinton fingían cuando bajaban de los aviones dándole la manita a su esposa, pero al menos tenían la cortesía de fingir. Trump no: él baja solo, el primero, y ella le sigue como puede (intenten bajar una escalerill­a con tacones de 20 centímetro­s). Más que haberse casado con ella, parece que la haya comprado, a juego con las tapicerías. El papel de primera dama viene a ejercerlo la hija del presidente, Ivanka, y su marido. Segurament­e Trump los prefiere porque una lleva su sangre y el otro es varón. Además, así deja claro que ni matrimonio, ni costumbre, ni nada: los cargos se los da a quien a él le pasa por... la cabeza.

En París, el nuevo presidente llevaba en su programa la promesa de convertir la igualdad entre los sexos en “una causa nacional”. Y no deben de ser palabras hueras, visto su propio ejemplo: está casado, como ya sabe todo el mundo, con una mujer 24 años mayor que él, que le hace de mentora.

Los tres casos, sin embargo, tienen algo en común. Melania tiene obligacion­es (acompañar a su marido, cuidar del hijo que tienen), pero su cumplimien­to no le da derecho a ingresos. Ivanka tiene un cargo de asesora, pero lo ejerce gratis (su marido tiene el mismo, pero cobra). Macron ha dicho que creará para Brigitte el puesto de primera dama, pero sin que le cueste un euro al contribuye­nte (estupendo; ¿por qué no disminuye su propio sueldo y le da una parte a ella?). Ya se ve, en fin, que las mujeres que acompañan a los presidente­s pueden ser muy variadas, pero lo que no varía es la convicción de que allá donde estemos, tenemos que trabajar gratis.

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