La Vanguardia

La memoria borrada

Josep Maria Miró aborda en el Lliure con ‘Cúbit’ cómo construimo­s la memoria mediante una familia que es una metáfora del pasado del país

- JUSTO BARRANCO Barcelona

El concepto de verdad para mí no existe, el de mentira, sí. Hay muchas verdades, cada uno tiene la suya, y pueden ser más o menos incompatib­les, pero pueden convivir. La mentira es otra cosa, pero verdades hay muchas. Espriu hablaba del espejo de la verdad roto en mil pedazos. Y esta obra juega con la mirada del espectador, la cuestiona”, explica Josep Maria Miró, uno de los autores teatrales catalanes de mayor éxito internacio­nal y que presenta en el Teatre Lliure de Montjuïc hasta el día 28 Cúbit, una obra en la que dirige a dos de los actores de la joven compañía La Ruta 40 –Sergi Torrecilla y Alberto Díaz– más la veterana Anna Azcona –“una actriz magnífica que es rock and roll”, sonríe Miró– y David Menéndez.

Cúbit es el retrato de las tensiones de una familia pero también una metáfora de cómo funciona la memoria personal y, sobre todo, social. Dos hermanos visitan en la casa familiar a su madre, una progre que hace 25 años puso en marcha junto a su marido, ya fallecido, una fundación social y cultural importante para el país. Al llegar a casa, explica Miró (Vic, 1977), los hermanos descubren instalado allí a un chico de su edad con el que compartier­on pasado y “se preguntan por qué su madre tiene de secretario al hijo de la persona que más detestaba su padre para ayudarle a escribir el libro del aniversari­o de la fundación”. Comenzará una historia en la que se enfrentan recuerdos opuestos y se muestra cómo se construye y a veces se destruye la memoria. Una historia que es también una metáfora de la historia de España y de muchos otros países en los que ha habido vencedores, vencidos y gente borrada de los libros de historia. Miró, autor de éxitos como El

principi d’Arquimedes, que se representa en todo el mundo, cuenta que “tenía muchas ganas de hablar de la memoria”. Pero de una manera particular: es necesario hacer retratos fotográfic­os del pasado, dice, pero dada su generación, “a la que los pasados a veces le han llegado de oídas”, le interesa ver los efectos del pasado hoy. Porque, reflexiona, “el odio, el menospreci­o y la envidia también los pueden heredar los hijos aunque no hayan protagoniz­ado un conflicto. Yo soy de pueblo y siempre me ha llamado la atención que un niño de una casa no fuera a jugar a otra no por estar peleados sino porque, tirando del hilo, el conflicto se llama años 36-39. Heredamos la violencia, los conflictos, y eso también pasa en esta obra”.

En ese sentido, señala, “la memoria es una herida abierta y un pacto de convivenci­a”. Y recuerda que “actualment­e estamos en un proceso de revisionis­mo de nuestro pasado. Yo he nacido en el 77, en eso que se llama democracia, en una transición idílica y muy aplaudida por mucha gente, y ahora que han pasado tantos años comenzamos a cuestionar si fue como tenía que ser. Por eso me interesa ver la herida del presente, qué pasa en el 2017 para que aún duela al quitar una placa y determinad­os símbolos. Cúbit habla de eso a través de una familia”.

Una familia en la que una foto puede ser el símbolo de muchas cosas: “Unos la recuerdan e interpreta­n de una manera, otros de otra, unos han sido protagonis­tas y han querido borrar cosas de lo que pasó, otros no lo han sido pero quieren que esté revisada de la forma que les convenga”, razona Miró, que explica que el espectador ha de jugar a reconstrui­r, igual que los personajes, “el puzzle de lo que ha pasado” en esta obra que habla, concluye, “del lugar desde el que construimo­s la memoria, y de reconcilia­ción”.

“Me interesa ver la herida del presente, qué pasa en el 2017 para que aún duela al quitar una placa”, dice Miró

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JOAN AGRAMUNT Sergi Torrecilla y David Menéndez en Cúbit

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