Podemos lleva a la calle la defensa de su moción de censura
El líder de Podemos reúne a miles de personas, sin desbordar la plaza del 15-M
Varios miles de personas respondieron ayer en la Puerta del Sol al llamamiento a la movilización de Unidos Podemos en busca de apoyo ciudadano para la moción de censura que ha presentado el grupo en el Congreso con Pablo Iglesias como candidato. La iniciativa no cuenta con apoyos para prosperar, pero Podemos pretende aprovecharla para erigirse en referente de la oposición en plena convulsión socialista.
MESOCRACIA El partido morado sube a la tribuna a una decena de portavoces de la sociedad civil DERROTA Al político, con hambre de historia, la moción lo puede convertir en un héroe o un mártir
CONVOCATORIA Una muchedumbre indignada se cita otra vez en el corazón de Madrid
Pablo Iglesias se acogió ayer a sagrado. Volvió a la Puerta de Sol, allí donde hace seis años estalló en forma de acampada la más relevante convulsión de la política española desde el 23 de febrero de 1981, la airada emancipación de una generación que abriría un cisma político irreversible entre mayores y jóvenes, entre indefinidos y precarios, entre propietarios y alquilados. Iglesias, que deberá cruzar su Rubicón como diputado en los próximos días, en un pleno maratoniano en el que su moción de censura será rechazada, recargaba ayer las alforjas ante una Puerta del Sol a tres cuartos de ocupación. Muchos miles, sin llegar a la muchedumbre intimidante que, por última vez, desbordó Sol en enero del 2015. Esta vez hubo que esperar a que el sol declinase y diera tregua para que la plaza volviera a ser masivo rompeolas del desencanto español.
La electricidad humana de Sol era la descarga que Pablo Iglesias buscaba como salvoconducto para salir con bien de una moción que ha logrado estremecer al PSOE, atosigar al PP y devolver a España al listado de preocupaciones del directorio europeo, pero cuyo tránsito parlamentario y segura derrota en la votación supone un riesgo evidente para Iglesias. Su duelo con Rajoy en el Parlamento –o con quien el presidente estime, si decide no batirse con el joven partisano– puede convertirlo, como él pretende, en el rostro único del antagonismo político –al tiempo que fija al PSOE como sostén, de nuevo, del Gobierno de Mariano Rajoy–, o bien en un guerrillero yerto, una víctima de su conocida inclinación a la osadía política a la jugada inesperada.
Iglesias daba ayer por segura la derrota numérica y situaba a quienes lo escuchaban en el día siguiente a esa capitulación, de la que Podemos señalará como responsable a los socialistas: la moción es otro episodio en un proceso de demolición de lo anterior, indispensable para que se abra paso un país del siglo XXI, transmitió el líder de Podemos. Pablo Iglesias tiene una apenas disimulada devoción por la épica romántica en su desempeño político, un atributo que explica sus éxitos y su reforzado liderazgo al frente de Podemos y de buena parte de la indignación del país, a la que aún logra electrizar, como se vio ayer. Pero en el que también late una pulsión suicida, su talón de Aquiles.
Arropado por Xavier Domènech, Alberto Garzón, Antón Gómez Reino, Ramón Espinar, Lorena Ruiz Huerta, Pablo Echenique e Irene Montero, Iglesias fijaba su diagnóstico del proceso de descomposición del régimen en tres síntomas: el cambio de la estructura de poder, con el PP y el PSOE apoyados sólo por los mayores de cincuenta, según el CIS; una guerra entre los poderes económicos, políticos y mediáticos de un mundo declinante que se canibaliza, y un Parlamento en el que cuatro fuerzas políticas, y no dos, disponen de diputados para forzar un referéndum constitucional o para presentar una moción de censura.
En segundo lugar, una crisis territorial que ha tensado las costuras de la estructura del estado y para la que no se vislumbra, desde las fuerzas políticas que consagraron la construcción del Estado autonómico, una vía política de solución. Domènech aludió a esa fraternidad de las naciones entre Madrid y Barcelona como bálsamo. Y en tercer lugar, una ruptura del contrato social que ha arrumbado a la precariedad a importantes sectores sociales y ha cercenado las aspiraciones de progreso social, base de la percepción subjetiva de las clases medias, de millones de españoles. La inclemente lluvia de incriminaciones corruptas sobre el partido en el Gobierno –haciendo evidente una creciente tensión entre un sector de los aparatos del Estado y el Gobierno– son, a juicio de Iglesias, los indicios de esa descomposición de la que la moción de censura, que ayer quiso bañarse en multitudes, ha de ser la expresión parlamentaria.
Su discurso, ansioso de rebosar lo institucional, repetía lo que España es y no cabe en el Congreso. Iglesias tiene hambre de historia, he ahí su motor y su riesgo: “Contadle a vuestros nietos que estuvisteis en Sol un 20 de mayo de 2017”. Esa vocación heroica y sacrificial, se expresaba con elocuencia ayer en Sol: “Quizá yo me equivoque, quizá hagamos algunas cosas mal, pero nosotros no metimos, no traicionamos a nuestra gente”, lanzó al cielo de Sol, como un misil tierra-tierra de trayectoria parabólica que aterrizaba al oeste, en la calle Ferraz.
Había abierto Echenique, secretario de organización de Podemos –muy aplaudido al recordar que “el PSOE y Ciudadanos prometieron no hacer presidente al hoy testigo de la Audiencia Nacional”–, un acto para el que la dramaturgia diseñada por Podemos, IU, En Comú, En Marea y Equo era elocuente de la pretensión de dibujar un país metaparlamentario, en cuyo seno la moción no puede ser derrotada: una publicista desempleada, un militar retirado, un bombero, una taxista, un estibador, un pescador, una ecologista, una estudiante de ciencias políticas, una médico del sistema público... La sucesión de intervenciones ciudadanas que se mezclaron con los cargos políticos quería expresar que los escaños que no avalarán la moción obedecen a dinámicas distintas de las conveniencias del país. Y que la traicionada mesocracia impulsa el órdago parlamentario de Podemos. Ese es el relato compuesto ayer por Iglesias ante una muchedumbre ansiosa y ferviente. Un relato que le otorgue posteridad, si le niega triunfo.