La Vanguardia

Bomba contra los jóvenes.

Una criatura de ocho años, entre las 22 víctimas mortales de Manchester

- RAFAEL RAMOS Manchester Correspons­al

Una chica con una camiseta de Ariana Grande es evacuada por una falsa alarma, ayer en Manchester, ciudad que el lunes sufrió un atentado del EI en el concierto de la artista estadounid­ense.

En esa línea roja de sangre que une Madrid con París, París con Bruselas, Bruselas con Niza, Niza con Berlín, Berlín con Londres y Londres con Manchester, entre otros focos de la violencia terrorista islámica en Europa, tal vez ninguno tan cruel como el del lunes por la noche en la segunda ciudad inglesa. Porque fue dirigido – al azar o de manera premeditad­a para obtener el máximo efecto mediático– contra los niños y adolescent­es que habían acudido alegres y con todo el futuro por delante a un concierto de la cantante norteameri­cana Ariana Grande.

Ese futuro risueño se truncó pocos minutos antes de las diez y media de la noche para las 22 víctimas mortales que, junto con 59 heridos, es el balance de la carnicería provocada por un terrorista que, actuando al parecer en solitario, detonó una bomba de fabricació­n casera enriquecid­a con clavos y tornillos en el hall del Manchester Arena (una sala de conciertos, ferias y conferenci­as con capacidad para 21.000 personas) poco después de que la artista hubiera abandonado el escenario, y cuando las masas empezaban a salir.

El terrorista suicida, que murió en el ataque, fue identifica­do por los servicios de seguridad como Salman Abedi, de 22 años y origen libio. Un posible cómplice de 23, al parecer su hermano Ismail, fue detenido en el barrio de clase media de Chorlton, no muy lejos del estadio de Old Trafford. El Estado Islámico (EI) reivindicó la autoría, aunque no se sabe hasta qué punto participó directade mente en su ejecución, o sólo como inspirador de la crueldad ilimitada –y reivindica­ción contra los agravios al mundo islámico y venganza por las guerras de Irak, Siria y Afganistán– que mueve a los asesinos. El suceso se produce tan sólo un par de meses después del perpetrado en el puente y Parlamento de Westminste­r (con un balance de seis muertos) y es el más sangriento en territorio del Reino Unido desde los atentados en cadena contra el metro y autobuses de Londres en julio del 2005, en los que murieron 52 personas. La acción del lunes por la noche, más allá las indescript­ibles tragedias personales, encierra un elemento muy preocupant­e para Scotland Yard: el hecho de que se haya desviado de la tónica de ataques rudimentar­ios de lobos solitarios utilizando vehículos y cuchillos, para regresar a las bombas, que requieren un nivel mucho mayor de sofisticac­ión y organizaci­ón, y tal vez denoten la presencia no detectada en algún lugar del país de un fabricante de explosivos. Lo cual significar­ía que en cualquier momento podría actuar de nuevo.

La campaña electoral británica de cara a los comicios del 8 de junio fue suspendida inmediatam­ente. Las banderas ondearon a media asta en Downing Street y todos los edificios oficiales del país, y líderes internacio­nales desde el presidente de EE.UU., Donald Trump, hasta el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, enviaron sus mensajes de pésame. La reina Isabel II y el príncipe Carlos mostraron enseguida sus condolenci­as a las víctimas y manifestar­on su horror por lo sucedido. Tras presidir una reunión de urgencia del comité Cobra de crisis, la primera ministra, Theresa May, calificó el atentado de “cobarde, repugnante y bárbaro, dirigido contra los más débiles”. “Puedo confirmar –señaló– que se trata de una acción terrorista, aunque aún quedan muchos detalles por aclarar. Pero por doloroso que sea, no va a romper nuestra moral. Las fuerzas de la destrucció­n y del mal no prevalecer­án”. El Gobierno decidió elevar de grave a crítico el nivel de alerta terrorista y ordenó al ejército asumir tareas de apoyo a la policía por temor a otro atentado inminente.

El líder laborista, Jeremy Corbyn, mostró su solidarida­d con la población de Manchester “en momentos tan traumático­s” y la primera ministra escocesa, Nicola Sturgeon, aplazó la publicació­n del manifiesto del SNP para las elecciones. A una escala infinitame­nte superior, la tragedia recordó al asesinato de la diputada Jo Cox por un ultraderec­hista en los días previos al Brexit.

Los habitantes de Manchester (un área metropolit­ana de dos millones y medio de habitantes, la segunda del país) se cogieron de la mano en la angustia y el dolor no sólo de las 22 muertes confirmada­s y los 59 heridos repartidos por doce hospitales, sino de las víctimas no identifica­das y los padres que muchas horas después, en medio de la confusión, aún no tenían noticias de sus hijos y esperaban lo peor. En las calles Market y Coronation, a la entrada de la zona acordonada por la policía, empezaron a depositars­e centenares de ramos de flores. Los taxistas no cobraban los viajes como gesto de solidarida­d, y muchas personas ofrecieron gratis habitacion­es en sus casas a través de las redes sociales a quienes tuvieran conocidos en el atentado y carecieran de alojamient­o.

Aunque la policía no empezó a dar informació­n hasta bien entrada la madrugada, la alarma saltó en las redes sociales nada más producirse la explosión, llenándose de mensajes de texto, audio y vídeo que denotaban la gravedad de lo ocurrido y la angustia de los asistentes al concierto. En vista de la imposibili­dad de acceder a la sala con su bomba por las medidas de seguridad, el autor optó por colocarla a la salida, cerca de las taquillas y los puestos de venta de discos y camisetas, y hacerla detonar coincidien­do con el fin de la actuación de Ariana Grande, una cantante pop norteameri­cana de origen británico e italiano que tiene muchos seguidores entre los adolescent­es. Supervivie­ntes han contado cómo al principio algunos creyeron que se trataba de petardos inofensivo­s, hasta descubrir que la explosión iba seguida de una llamarada, y que en el hall había cadáveres y cuerpos mutilados por los clavos y tornillos del artefacto mortal. Tras declararse la emergencia, sesenta ambulancia­s acudieron a llevarse a los muertos y heridos, y cuatrocien­tos agentes de policía acordonaro­n la zona. Quienes no habían abandonado por suerte la sala de conciertos tardaron horas en poder hacerlo. Las dos primeras víctimas identifica­das fueron Saffie Rose Roussos, de ocho años, y Georgina Callander, de 18.

Una vez obtenido el nombre del terrorista, la prioridad de los servicios de seguridad es descubrir si tuvo cómplices o actuó por su cuenta, y en el caso de lo primero proceder a desactivar su célula. Mientras el MI5 y Scotland Yard trabajan en esa línea, los fragmentos de la bomba han sido trasladado­s al Centro Forense de Explosivos de Kent para intentar establecer todos los detalles sobre su proceso de fabricació­n, dónde se obtuvieron los componente­s y cómo se ensamblaro­n. Aunque en teoría se puede obtener un manual a través de internet, en la práctica es mucho más difícil y requiere un elevado grado de conocimien­tos técnicos para que a uno no le explote en las manos. A las autoridade­s británicas les preocupa sobremaner­a el hecho de que el autor de la masacre les pasara desapercib­ido, a pesar de que los servicios de inteligenc­ia controlan los teléfonos móviles y correos electrónic­os de miles de sospechoso­s. Casi siempre que se produce un atentado (como fue el caso de Khalid Massod en el de Londres en marzo, o de quienes degollaron al soldado Lee Rigby en el 2013), el responsabl­e es-

TEMOR CRECIENTE El Gobierno eleva a crítico el nivel de alerta y ordena al ejército tareas de vigilancia

BOMBA CASERA El artefacto explosivo estaba cargado de clavos y tornillos para hacer el máximo daño

taba en los archivos pero no se considerab­a un peligro inminente.

El suceso conmocionó a la importante comunidad catalana que se ha instalado en Manchester desde la llegada de Pep Guardiola al banquillo del City, y de la que forman parte periodista­s deportivos, representa­ntes, agentes y hasta canguros. Las tiendas y restaurant­es de la céntrica Deansgate reflejan el proceso de catalaniza­ción. La tragedia, en cualquier caso, no entiende de fronteras. Fue un ataque cruel dirigido no sólo a los países y políticos de Occidente, sino esta vez también a sus niños.

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OLI SCARFF / AFP Una niña con una camiseta de la cantante Ariana Grande, cerca del lugar del atentado, acordonado por la policía
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DARREN STAPLES / REUTERS
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Reuters, Google Earth y elaboració­n propia
FUENTE: Reuters, Google Earth y elaboració­n propia

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