La Vanguardia

El catalanism­o y España

- Jordi Font J.FONT,miembro de Fòrum Cívic-Nou Cicle

El catalanism­o es el diferencia­l entre la nación catalana, reencontrá­ndose a sí misma en el espejo de la revolución industrial, y el Estado español, hecho a la medida de la nación castellana y de un imperio ya en decadencia. Con la democracia, el diferencia­l aumentaría, al no comportar esta un trato en pie de igualdad para las “otras naciones”, sino su progresiva reducción a un esquema regional que ignora la distinción constituci­onal entre “nacionalid­ades” y “regiones”, mientras persiste el designio asimilador, desde la política lingüístic­a hasta los planes radiales de infraestru­cturas.

El catalanism­o mayoritari­o, sin embargo, nunca se planteó contra España. Cambó, al frente de la burguesía catalana, se inclinó más por ser el Bismarck español que el Bolívar catalán, sin conseguirl­o. Frente a él, llegaría Macià, encabezand­o al pueblo llano, aunque tampoco contra España: en pleno interregno (14 de abril), proclamó “la República Catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica” para permutarla en seguida por la Generalita­t dentro de la República Española. Tampoco Lluís Companys se situaría contra España cuando, en octubre de 1934, en pleno ascenso del fascismo (de la CEDA en España) y en sintonía con el insurrecci­onalismo del PSOE y de la revolución de Asturias, proclamó “el Estado Catalán de la República Federal Española”, llamando “a los dirigentes de la protesta general contra el fascismo (…) a instaurar en Cataluña el gobierno provisiona­l de la República”. Ambos compartier­on dos empeños: 1. La solidarida­d con los republican­os españoles, sin identifica­r a España con la reacción, sin dar pie al fácil reflejo etnicista que todos llevamos dentro; nada parecido al “todos son iguales” o a la desabrida “desconexió­n”. 2. La defensa de la unidad civil como piedra angular de la nación catalana, no bastándole­s con derrotar al lerrouxism­o, sino sabiendo que una nación sólo cuaja con la vibración de un proyecto compartido y que este no cabe contra España.

Hoy, la política española se halla en grave deuda con Catalunya, desde la sentencia del Estatut, un “golpe de Estado” (Javier Pérez Royo) que liquidó “la constituci­ón territoria­l española”, ese delicado equilibrio entre dos principios simétricos: Catalunya no se impondrá a España (no hay derecho de autodeterm­inación) y España no se impondrá a Catalunya (el referéndum estatutari­o prima sobre lo aprobado por las Cortes españolas). Hace siete años del monumental estropicio, de aquellos polvos estos lodos, y el Gobierno español sigue mudo, como si lo fiara todo al “derecho de conquista”.

Ello no justifica, sin embargo, el desprecio étnico que algunos se permiten contra España, semejante a la denunciada e inversa “catalanofo­bia”. Nos hace mucho daño, nos degrada. No deberíamos conformarn­os con movilizar a medio país tras una ideología maximalist­a. A la nación catalana le hace falta ser causa común y reunir la fuerza que sólo da la suma.

La política española se halla en grave deuda con Catalunya, pero el desprecio étnico de algunos nos degrada

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