El niño del cuento
Pocas veces un acontecimiento ha concitado tantas metáforas. Pedro Sánchez es el ave fénix, el conde de Montecristo y Lázaro el resucitado. Es el vengador, el llanero solitario y el militar estadounidense que regresa a Filipinas. Puede que la cosa sea más sencilla: Sánchez es un niño. El niño del cuento del rey desnudo. El sistema parece fuerte, pero está despojado de sentido. Con su ingenuidad de hombre herido en el amor propio, Sánchez ha demostrado que el sistema ha perdido la ropa moral.
Expulsado de la dirección de su partido de manera grosera y antipática, Sánchez ha tenido en contra el aparato y las viejas glorias del PSOE, pero también los medios de comunicación, El País entre ellos (determinante en la configuración del pensamiento de izquierdas y pared intelectual del sistema de 1978). Nacido en los años de la transición, El
País congregó al más florido pensil intelectual de la estrenada democracia. Durante décadas marcó el rumbo del país. En la época de Felipe González, El País y la cadena Ser (que popularizaba el discurso del diario) acompañaban al gobierno en su camino modernizador y, al mismo tiempo, a la manera de un árbitro, le recordaban las reglas. Censuraban a los ministros groseros (Barrionuevo, Corcuera) y reforzaban la línea liberal de los Solchaga y Solana en detrimento del purismo socialdemócrata de un Borrell. También impulsaron la fabricación, en oposición al catalanismo, de la retórica de la ciudadanía. Inspirada en el uniformismo francés, tal retórica fue propagada como el único modelo posible de democracia (como si Suiza o Canadá no lo fueran). Cuando Aznar hizo uso de ella, esta retórica fabricada por los intelectuales de El País se convirtió en hegemónica en España. Aprovechando la razón moral de la lucha contra la violencia en el País Vasco, la derecha española, abanderando el republicanismo cívico, demonizó la pretensión de pervivencia identitaria de la mayoría de catalanes. Con los resultados que hoy conocemos. Lo que está sucediendo en Catalunya es una reacción contra una visión de España que permitía expulsar el catalanismo de la visión democrática, mientras, sin rubor alguno, se sintetizaba la tradición jacobina de la izquierda y de los altos cuerpos funcionariales con las emociones heredadas de la escuela franquista. El sistema comenzó a hacer aguas en Catalunya y, poco después, por razones generacionales en toda España: los jóvenes (especialmente los universitarios) se sentían expulsados por razones económicas. El riesgo de podredumbre del sistema español de 1978 es muy alto (si bien la putrefacción puede ser lenta). Sorprende que, en vez de iniciar un proceso de reflexión y de reformas, el sistema entierre la cabeza bajo el ala y responda a los portadores de malestar tan sólo con una palabra reticente y malhumorada: “populismo”. Así se respondió al independentismo y a la eclosión de Podemos. Ahora se hace lo mismo con el PSOE de Sánchez. Ahora bien, Sánchez, el niño del cuento, lo ha demostrado: por más que se revista de malhumor y reticencia, el régimen del 78 va desnudo.
¿Ave fénix, conde de Montecristo, Lázaro el resucitado? La cosa es más sencilla: Sánchez es un niño