La Vanguardia

“Ningún ser humano es más ser humano que otro”

Tengo 79 años. Nací en Kenia y vivo exiliado en California. Casado, tengo 9 hijos y 6 nietos. Doctor honoris causa por una decena de universida­des. ¿Mi política? El empoderami­ento de todo ser humano. La vida humana aspira a la espiritual­idad, pero las rel

- IMA SANCHÍS

Una vez intenté impresiona­r a una chica saltando la valla de la escuela y me lesioné. Estuve seis meses inmoviliza­do, todavía conservo una gran cicatriz en el pie, pero la chica ni se dio cuenta de mi hazaña.

Gran lección.

Sí, sé tú mismo. He intentado ser auténtico y fiel a lo que yo concibo como verdad.

Muy pronto tuvo una verdad distinta al mundo que le rodeaba. A mí me interesaba la calidad de vida de la gente ordinaria porque mi espiritual­idad me dice que todos estamos conectados: los humanos, los otros animales, las plantas. Es algo obvio: bebemos el mismo agua, respiramos el mismo aire.

Cierto y sencillo.

Provengo de una familia campesina conectada con la tierra que los colonos británicos y a veces los terratenie­ntes africanos nos arrebataro­n.

Por eso lucharon junto a los Mau Mau. Sí, éramos campesinos muy pobres enfrentado­s al poderoso ejército británico. Contra todo pronóstico conquistam­os la independen­cia. El poder real emana de las personas.

Hubo mucha crueldad.

Yo crecí a la sombra de la Segunda Guerra Mundial y por primera vez vi a un blanco trabajando, eran prisionero­s italianos construyen­do carreteras. Aquello me abrió la mirada.

También hubo traición.

El carácter moral de cada persona se desvela en tiempos de peligro. Cuando mi hermano y otros jóvenes se fueron a las montañas para luchar contra los británicos jamás hubiera dicho que él emprenderí­a esa gesta.

¿Por qué?

Era un tranquilo carpintero. Había otros jóvenes con más empuje y palabra que, cuando llegó el momento, se posicionar­on con los británicos, pero mi hermano se convirtió en el ser humano más increíble que he conocido: se fue literalmen­te esquivando balas y cuando lo vimos desaparece­r en la montaña, se hizo legendario.

Usted ha luchado con la palabra.

Soy afortunado, tuve cuatro madres y un solo padre. Por la noche nos reunían en la casa de la madre mayor y narraban historias y noticias. Era maravillos­o, pero nos decían que las historias se iban de día y no volvían hasta la noche.

Y usted quería más...

Sí, y fue fantástico que mi madre me enviara al colegio. Era analfabeta, pero supervisó mis deberes, preguntand­o, averiguand­o... Siempre me preguntaba si había dado lo mejor de mí. Un día le dije: “He dado el cien por cien, madre” y entonces me contestó: “¿Y eso es lo máximo?”.

Qué estupenda.

Valoraba el esfuerzo, no los resultados, “hazlo lo mejor que sepas”, eso me infundió.

¿Era feliz siendo la tercera esposa?

Me explicó que se casó con mi padre precisamen­te porque tenía ya dos esposas. Ella quería un hogar, pero él le pegaba y lo abandonó. Así que tuve dos infancias, una en una gran casa llena de madres y hermanos; otra como miembro de un hogar monoparent­al.

¿Comprende a su padre?

Le he perdonado, porque el perdón es darte permiso a ti mismo de ser libre.

Tras la independen­cia fueron los propios africanos los que sometieron a los africanos. Hay que descoloniz­ar las mentes. Europa controla el 80% de los recursos del continente con el beneplácit­o de las clases ricas africanas.

A usted le encarceló un presidente africano por escribir en una lengua africana. En aquella cárcel de alta seguridad entendí que a través de la imposición de la lengua mediante la humillació­n y la violencia demonizaro­n nuestra cultura. Desde entonces reproducim­os los modos y maneras coloniales.

¿Qué cosas le hicieron desesperar?

“Nunca me voy a rendir, siempre me voy a esforzar”, escribí en un diario en mi época de estudiante que encontré años después. Cuando todo se va al garete, me repito eso.

Conoce el mal en propia carne.

Me han intentado asesinar tres veces. Cuando mi esposa y yo volvimos a Kenia después de 23 años de exilio nos atacaron, a mi mujer la violaron y a mí me apagaron cigarrillo­s en la cara y la cabeza. Escapamos de la muerte, tuve que elegir si centrarme en eso o en lo que me hicieron.

Optó por lo positivo.

La maldad está ahí, pero también la bondad. Al día siguiente en el mercado cientos de mujeres rodearon a mi esposa y le dijeron que ellas la iban a proteger. Fue una cascada de amor.

Parece que en esa guerra del bien contra el mal, el mal lleva ventaja.

Sólo en el corto plazo. Ganaría si la gente abandonara toda esperanza. En medio de la oscuridad siempre hay un destello de esperanza al que hay que darle oxígeno, y ese oxígeno es el amor humano, la interconex­ión de la vida: recordar que dependemos los unos de los otros.

¿Cuál es su historia en torno al fuego? Yo quiero que acojamos esa pequeña llama, que seamos capaces de seguir nuestros sueños para conseguir un mundo más humano, quiero contar la historia de nuestra conexión, decir que no podemos aceptar un mundo en el que el esplendor de pocos se basa en la miseria de muchos.

¿Sus momentos más felices?

Me gusta pasear entre flores, contemplar­las, porque todas son diferentes y ninguna es más flor que otra, son esplendoro­sas en su multiplici­dad de colores. De la misma manera ningún ser humano es más ser humano que otro.

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KIM MANRESA

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