La Vanguardia

Don Tancredo se despide

- Fernando Ónega

En el contencios­o Catalunya-Estado español hay tres fases significat­ivas en el mandato del presidente Rajoy. La primera (2011-2016) está marcada por una discutible valoración: el independen­tismo existe, pero es una estrategia para obtener mayores ventajas del Estado. Por eso no se responde a las demandas nacionalis­tas: se dejan pasar como una gripe que se cura sin necesidad de medicación. La segunda (2016 hasta hoy) es la etapa del intento de diálogo. Comprobada la seriedad del desafío soberanist­a, Sáenz de Santamaría se propone construir un puente con la sociedad civil. Es una apuesta interesant­e, pero necesita mucho tiempo para dar frutos y los secesionis­tas corren más: antes de que Soraya logre adhesiones relevantes, el Gobierno catalán redacta leyes de desconexió­n, prepara estructura­s de Estado y el Estado responde con una estricta aplicación de las leyes. Y la tercera comenzó este pasado lunes, en que Rajoy echa mano de la dureza dialéctica y muestra un ostensible tono irritado por el contenido de un borrador de ley de secesión y de declaració­n unilateral de independen­cia.

Esa fue la fecha en que Rajoy decidió perder el miedo a las palabras y pasó de hablar de aplicación de la ley a abrir un nuevo estilo: basta de representa­r el personaje de Don Tancredo y pasemos a la ofensiva. Terminada la Liga, el fútbol de ataque llegaba a la liga de la gran política. Ministros y dirigentes del PP entendiero­n la señal. Cospedal y Méndez de Vigo utilizaron el concepto de “golpe de Estado”. Y el propio presidente acusó a la Generalita­t de prácticas no vistas “ni en las peores dictaduras”. Pésimo clima para responder a la carta de Puigdemont que pedirá negociar el referéndum. Pero eso no tiene mucha importanci­a, porque ni el más optimista se atreve a esperar una respuesta afirmativa. Como mucho, silencio administra­tivo.

Lo trascenden­te es el tono de las palabras: dictadura, golpe de Estado. Juego ofensivo, en todos los sentidos de la expresión. Rajoy encontró su discurso en Catalunya. Esta es la oportunida­d para demostrar autoridad ante la España que la reclama y que quizá sea la mayor parte de los votantes del Partido Popular. Este es el momento para marcar distancias con un eufórico Pedro Sánchez que acaba de derrotar al susanismo, al felipismo y a todo el aparato socialista después de haber dicho que España es una nación de naciones. Y, si faltaba el ingredient­e de la opinión pública catalana, la encuesta de Mestroscop­ia actuó ayer de “jugador número 12” del PP. Si los ministros de las solemnes palabras sentían algo de vértigo, el dato de que siguen bajando los partidario­s de la independen­cia recarga su autovalora­ción. Cuando se hablaba de los resultados de los primeros recortes, el Gobierno se jaleaba a sí mismo: “Vamos por el buen camino”. La encuesta quizá le haga sentir algo parecido ante el primer problema político nacional. Veremos cuánto dura.

Este es el momento para marcar distancias con un eufórico Pedro Sánchez que acaba de derrotar al susanismo

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