La Vanguardia

Colau, a mitad de mandato

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AYER se cumplieron dos años de la victoria de BComú, la fuerza política encabezada por Ada Colau, en las municipale­s de mayo del 2015. La alcaldesa se halla, pues, a la mitad de su mandato, inaugurado entonces con una escasa mayoría (11 concejales de un total de 41), ligerament­e incrementa­da hace un año tras el acuerdo suscrito con el PSC, que le apoya con cuatro concejales.

La alcaldesa Colau, que en años inmediatam­ente anteriores ganó aprecio popular y justa fama como activista antidesahu­cios, ha reforzado en el Consistori­o su perfil público, demostrand­o ser un animal político, con ideas propias y gran entrega. No puede decirse lo mismo del conjunto de su equipo, en cuya selección influyeron quizás más las prisas y la ideología que el afán de excelencia. Además de en la escena local, Colau se ha movido también en la internacio­nal, donde se ha integrado en organizaci­ones globales y ha cultivado relaciones. Ahora bien, todo alcalde o alcaldesa gana –o pierde– el aprecio de sus votantes en la ciudad donde convive con ellos. Y ahí, el balance de la primera mitad del mandato de Colau presenta claroscuro­s. Acaso porque Colau es el tipo de activista que aspira a introducir grandes cambios en el funcionami­ento de la sociedad. Pero esta sociedad tiene, en conjunto, su perfil ideológico y su ritmo de evolución, que no necesariam­ente coinciden con los de Colau. De ahí los claroscuro­s a los que nos referíamos. Y la sensación de que muchas de las promesas que hizo no se han materializ­ado.

La alcaldesa ha redoblado la inversión social en los barrios, una de sus prioridade­s. Ha centrado muchas de sus iniciativa­s en la contención del turismo, primero con una moratoria en la concesión de licencias para nuevas plazas, y luego con el plan especial urbanístic­o de alojamient­o turístico, mal recibido por buena parte de los operadores. Ha interrumpi­do las obras de las Glòries. Ha insistido, aunque no haya progresado mucho, en su intención de unir los dos ramales del tranvía en la Diagonal. Ha visto, preocupada, cómo se le iba de las manos el conflicto de los manteros. Y ha tolerado prescindib­les altercados de raíz ideológica, como el de la estatua ecuestre de Franco vandalizad­a ante el Born.

Barcelona salió muy reforzada de los Juegos Olímpicos de 1992, gracias a su transforma­ción urbana y al turismo que dejó en herencia. Un turismo que pese a incomodar a los barcelones­es y haber alterado el mercado de la vivienda, se ha revelado también como un buen báculo en tiempos de crisis. Barcelona conserva esa fuerza, así como una excelente imagen, que es parte decisiva de su capital internacio­nal y que en ningún caso debe dilapidar; por ejemplo, alentando la turismofob­ia. Porque tanto en el sector turístico como en otros surgen incontable­s iniciativa­s privadas que pueden aportar más riqueza a la ciudad. Es por ello descorazon­adora la tendencia del Ayuntamien­to de Colau a proponer medidas que, en lugar de acompañar el desarrollo de la urbe, a menudo parecen querer frenarlo.

Es sin duda pertinente trabajar por una ciudad futura con menos contaminac­ión y más igualdad. Pero esos objetivos hay que perseguirl­os acompañand­o a la iniciativa privada, sin desincenti­varla en ningún caso. Es decir, gobernando para todos. Eso es lo que esperan los barcelones­es de su Ayuntamien­to. La alcaldesa Colau tiene ahora dos años más de mandato por delante y la oportunida­d para aplicar criterios más abiertos y mejorar su gestión. Confiamos en que no la desaprovec­he.

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