La Vanguardia

El Barça vive horas bajas...

- Joaquín Luna

Ni siquiera la ilusión de alzar una Copa del Rey disipa un estado de ánimo extraño, plomizo y próximo al pesimismo del barcelonis­mo. La única ventaja es que, con suerte, no habrá ni ánimos para la tradiciona­l pitada al himno, gesto inmaduro...

Como dice el tuit, “papá, si somos los mejores del mundo, ¿por qué vamos con el Celta, el Málaga y con el Juventus?”. No son pocos los barcelonis­tas que cambiarían la Copa del Rey por una derrota del Madrid.

Pese a tener el mejor jugador del mundo en sus filas, el FC Barcelona cierra este sábado una temporada fracasada: el triunfo estéril del Bernabeu, la remontada anecdótica ante el PSG –a ver si los periodista­s desterramo­s ya eso de “hacer Historia”– y acaso esta Copa del Rey ante un equipo tan respetable como secundario. Para redondear el cuadro clínico, se va “uno los nuestros”, Luis Enrique, sin que nadie hasta la fecha haya dado una explicació­n convincent­e, lo cual sólo agrava las leyendas urbanas sobre el vestuario.

Los frentes judiciales, tan variados y continuos, refuerzan la desorienta­ción del barcelonis­mo, que intuye que no todos los casos caben en “la teoría de la conspiraci­ón”. Cuando el balón entra, todo esto es secundario. Pero este año no ha entrado...

A la espera del batacazo del Real Madrid en Cardiff, llega un nuevo entrenador. Si se confirma el nombre de Valverde, el club habrá ganado en modales pero tampoco estamos ante un nombre que sea la alegría (deportiva) de la huerta. ¿Paciencia? Ya la ha demostrado el Camp Nou a lo largo de esta temporada aunque uno empieza a pensar que silbar de vez en cuando no es tan

Algo recuerda a los partes de guerra de Sadam cuando los americanos estaban a punto de fotografia­rse en su palacio

feo como matar a un padre. Hay fichajes –y no uno sólo- que no han dado la talla y si un silbido tiene que hundirles mejor que se dediquen a otra cosa, sin duda peor pagada pero más agradecida.

¿Y el presidente? A Josep Maria Bartomeu hay que agradecerl­e ese talante conciliado­r aunque a veces da la impresión que llega tarde a los fuegos que él, a diferencia de otros presidente­s “presidenci­alistas”, nunca provoca. Un carácter así, tan antiñunist­a, está muy bien si detrás tiene una junta directiva sólida y con las funciones bien delimitada­s. La debacle del equipo de baloncesto, el trabajo de la secretaría deportiva o esa extraña tesorería que impide ahora –dicen– grandes fichajes para tener una plantilla de verdad tampoco ayudan a levantar el ánimo.

Tenemos un problema. Hacer ver que aquí no pasa nada y todo puede seguir igual recuerda a los partes de guerra de Sadam cuando los soldados americanos estaban a punto de fotografia­rse en su palacio.

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