La Vanguardia

“En el espacio no pierdes los instintos; tampoco el sexual”

Tengo 40 años: a los 4 años yo era un niño siciliano que quería ser astronauta... Y mire. Aún soy el cosmonauta más joven de la Agencia. Tengo dos niñas: Sara y Maya, como la estrella de las Pléyades. Lo que menos se explica de las misiones es que trabaja

- LLUÍS AMIGUET

Seis meses metido en una estación espacial: ¿se le hizo largo?

Al contrario, cualquier cosa que hagas allá arriba sin gravedad resulta nueva y maravillos­a.

Por ejemplo.

Jugaba con una goma elástica para que me vieran mis hijas en teleconfer­encia y cualquier salto que daba con ella era alucinante, novedoso e imprevisib­le. No paraban de reírse al verme.

¿Qué otras cosas resultan diferentes?

Ir al lavabo resulta rutinario aquí abajo, pero allí es una aventura, créame.

¿Una aventura algo asquerosa?

Digamos que resulta natural, pero diferente. Divertido. Nos encerramos, claro, en la estación hay un lavabo para que sea muy privada.

Imagino que sin gravedad...

Sí, todo flota a tu alrededor.

Y habrá que ir capturándo­lo.

Pero no sólo eso; también las lágrimas...

¿Flotan?

En el espacio no se puede llorar. Por lo menos no como aquí abajo, por eso la primera vez que lloré, en realidad, me divertí.

¿Por qué lloró usted?

Por el wasabi que venía acompañand­o un sushi que me apetecía muchísimo.

¿Y el pescado estaba pasado?

No, estaba buenísimo, pero cuando abrí la caja, se desparramó por el espacio. Así que fui capturando los trocitos flotantes de salmón y atún con el arroz y, claro... los de wasabi.

Pica.

Muchísimo. Sin querer lo engullí todo de golpe y lloré; bueno, en realidad no lloré, porque allí no se llora. Se me llenaron los ojos de lágrimas que no caían; burbujas ardientes y fascinante­s.

¿Qué pasa en la ingravidez con el resto de líquidos corporales excretados?

Los purificamo­s y los volvemos a beber y desbeber varias veces.

¿Los de todos juntos?

Claro. Y es un agua purísima. Piense que en la Tierra estamos bebiendo la misma agua que desbebiero­n los dinosaurio­s. Pues allí hacemos lo mismo, pero entre nosotros. El 95% de lo que desbebemos se vuelve a beber otra vez.

¿Mantuvo allí arriba todos sus instintos?

Como aquí.

¿También el sexual?

Mantienes todos los instintos y también el sexual, por supuesto. Allí arriba era el mismo hombre que aquí abajo. Eso no cambia.

¿Notó alguna diferencia en su conducta?

Cada día sentía más solidarida­d con mis cinco compañeros de misión en la estación espacial.

¿Y compañeras?

También, la ingeniera Karen Nyberg, de la NASA, tenía ya experienci­a de otra misión espacial y fue una hermana mayor para mí allá.

¿Y los demás?

Éramos otro ingeniero de la NASA, otros tres ingenieros rusos y yo. En seis meses llegamos a tener un ambiente de auténtica familia.

¿Bromeaban?

A los astronauta­s nos encantan las bromas. Pero pactamos que la mayoría las dejaríamos para nuestra intimidad, por supuesto.

¿Qué es lo que no se explica de los vuelos espaciales?

Que trabajamos doce horas al día. No tienes tiempo para nada más. Yo soy piloto de combate y ya estaba entrenado para concentrar­me en cada misión. Pero la preparació­n para cosmonauta consiste, además, en convertirt­e también en ingeniero y científico; y ellos, también en pilotos. Y todos trabajamos el triple.

¿Qué hacen?

Los humanos llevamos cuatro millones de años de evolución tecnológic­a con la constante gravitator­ia y sólo tenemos seis meses para experiment­ar sin ella. Es un mundo de oportunida­des científica­s. Y además un mundo muy rentable.

¿El espacio es rentable?

Economista­s independie­ntes han demostrado que por cada euro invertido en un programa espacial se obtiene un retorno de ocho. Piense que a cada europeo la exploració­n espacial sólo le cuesta un euro al mes.

¿Por qué no es tan popular como era?

Porque nos interesan las historias, no los datos: historias protagoniz­adas por personas. Si de la nave Rosetta cuando se posó sobre un cometa hubiera salido un astronauta, toda la humanidad hablaría de esa hazaña científica tras diez años de navegación espacial. Es un prodigio.

En cambio, hoy nos parece tan normal.

La aventura espacial parece fácil, porque nuestros ingenieros son muy buenos, pero en realidad es muy difícil. Es un reto gigante.

¿Le gusta que Musk, Bezos, Branson y otros millonario­s privaticen el espacio?

Ya está privatizad­o. La NASA y la AEE subcontrat­an con empresas privadas casi todo su presupuest­o, que crea empleos e innovación y mejora nuestras vidas.

¿Haría usted de piloto para un vuelo espacial de una cosmolínea privada?

Ya tengo el mejor trabajo del mundo. Soy lo primero que dije que quería ser cuando me lo preguntaro­n a los cuatro años, pero doy la bienvenida a todas las oportunida­des.

¿Creía que podía ser astronauta habiendo nacido en Catania, en Sicilia?

Si eres capaz de convertir un sueño en un proyecto, ya lo has hecho medio realidad. Y lo hice.

¿Lo peor de su entrenamie­nto?

Esperar entre selección y selección: primero entre 8.000 aspirantes; luego, 2.000, 200, 45, 22, 10, y la entrevista final.

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