La construcción de un mito
Heroes fue el segundo de los discos de la trilogía de álbums (Low, Heroes y Lodger) compuestos en su etapa berlinesa entre 1977 y 1979 junto a Brian Eno y Tony Visconti.
Héroes son la pareja enamorada de la canción, héroes por un día, o tal vez por un instante, pero héroes que sobreviven, como el mismo Bowie, a pesar de la difícil aventura de mantenerse vivo y desintoxicarse de su adicción a la cocaína. Este disco, como toda la trilogía berlinesa, es un nuevo giro estilístico y vital en la carrera artística de Bowie, pero es una muestra de su permanente forma de trabajar, rodeándose de profesionales y amigos a los que admira, dejándose empapar por nuevas influencias, y descubriéndose a él mismo como artista una y otra vez.
Para poner de manifiesto los recursos que David Bowie utilizó para convertirse en un de los iconos culturales más sobresalientes del siglo XX, Luis Hidalgo, periodista y profesor del Máster en Periodismo Cultural de la UPF Barcelona School of Management y Ramon Faura, músico, arquitecto, profesor y líder del grupo musical Le Petit Ramon, charlarán sobre los diferentes lenguajes que manejó Bowie más allá de la música para construir un discurso artístico, en que, como destaca Hidalgo, “la intuición jugó un papel destacado”.
Algunos de los temas que se pondrán sobre la palestra es el sentido del cambio en la obra de Bowie, el por qué y el cómo los sucesivos cambios de alter ego del cantante y de sus estilos musicales acaban dando coherencia al artista. Se revisarán las estéticas e imágenes escogidas por Bowie para sus discos, sus conciertos y sus personajes. Cómo, asimismo vendió esta imagen y se relacionó con los medios, con sus fans, con el público, además de entender la capacidad que tuvo para comprender el negocio de la música y mantener el pulso entre lo comercial y la respetabilidad artística.
A través de sus canciones y de lo que estaba pasando en el mundo, los ponentes intentarán desmenuzar su carrera y su personalidad artística.
Imposible hacer una foto fija. O mejor dicho, una foto fija, en cuanto que instante congelado, sería la peor de las maneras de captar a David Bowie. El pop es movimiento, pero la mayor parte de sus artistas se instalan sobre él y en lugar de caminar se dejan llevar por la cinta trasportadora, que bajo ellos por ellos se mueve. Son así fotos fijas en movimiento, instantes congelados desplazándose a través de carreras en realidad detenidas en algún punto del recorrido. Ese dinamismo es en realidad quietud. Para la mayoría. No para Bowie. Esa es la gran diferencia con la generalidad de los artistas, esa constante mutación fruto de un instinto que le llevó casi siempre en la dirección correcta, sabiéndose rodear de los compañeros más adecuados de viaje, de los que además supo extraer lo mejor que podían dar. Por eso, Bowie es más que nada movimiento. Él sí fue dinámico.
Y lo fue incluso en las épocas en las que sus pasos no fueron firmes. Bowie capeó el error integrándolo en su discurso, haciéndolo real por inevitable. Quien camina entre minas ha de aceptar que alguna explote llevándose girones de infalibilidad, devolviendo el componente humano a quien en una época de su carrera, especialmente la que atravesó los setenta, parecía más infalible que Dios pues parecía el mismo Dios, travestido de quien sabe qué, cada quien sabe cuánto tiempo. Bowie intocable, el Bowie que rodó por la pendiente del éxito, huyó del mismo refugiándose en Berlín y de nuevo, ya en los ochenta, lo volvió a hacer suyo con formulaciones que herían a los fans de la época inmediatamente anterior. ¿Te crees que me conoces?, pues te equivocas, pareció decir a quien creía tenerlo captado.
Para mayor asombro, Bowie, hombre que integró en su propuesta estilos, manifestaciones artísticas e imágenes diferentes, lo logró en la época anterior a las redes sociales, definiendo propuestas complejas que vehiculaba a través de medios convencionales, esos que añaden significados, en ocasiones erróneos, fruto de la incomprensión o de la estulticia de los terceros que los interpretan antes de entregárselos bajo esas capas de añadiduras a los consumidores de información. Doble pirueta mortal, pues nítido había de ser el mensaje para que no llegase desvirtuado tras su paso por las redacciones. Ese Bowie, más allá de los estilos, de los discos, de las épocas, de sus virtudes o de sus aciertos, es el Bowie que siempre ha resultado fascinante, un artista con visión global que interpretó la complejidad de un mundo cambiante del que se despidió con música de adioses.