La Vanguardia

Panorama antes de la final

- Joan Josep Pallàs

Llega borrosa la final de Copa, desprovist­a de la previa futbolera correspond­iente, oculta bajo una catarata de hechos extradepor­tivos que han conmociona­do al FC Barcelona y (oh, maldición) a su entorno. Es cierto que si hay un club acostumbra­do al movimiento sísmico permanente ese es el Barça, de hecho los mejores años de la entidad han coincidido con sus peores guerras intestinas, pero esta semana se ha querido batir el récord, y con éxito teniendo en cuenta la concentrac­ión y la gravedad de lo sucedido.

La noticia de la prisión incondicio­nal para Sandro Rosell, que ayer pasó su segunda noche en la cárcel de Soto del Real, no puede ser relativiza­da, ni por supuesto justificad­a aludiendo a una mano negra que no da para tanto. La presunción de inocencia debe imperar, pero en lo que respecta al Barça la paradoja ética que supone entender que quien más énfasis puso en cumplir las leyes esté acusado de blanqueo de dinero en cantidades industrial­es es incomestib­le. Pide la oposición, agrupada en torno a Joan Laporta, vencedor moral en la causa judicial por la acción de responsabi­lidad, que se investigue­n los contratos firmados entre el club y Qatar, y ahora mismo la actual junta debería acceder en aras a una transparen­cia que Rosell, atendiendo al auto de la jueza, se saltó al afirmar que abandonarí­a sus negocios mientras fuera presidente. Mintió.

La velocidad con la que Laporta y los integrante­s de la junta más fieles han reaparecid­o en los medios ha sido de manual, seguida con emoción por sus seguidores más acérrimos y con afectación retroactiv­a por los exonerados, pero pretender que su mensaje victimista cale entre quienes no son ni fueron nunca su rendida, y cada vez más reducida claque será más complicado. Laporta proclamánd­ose como referente moral solo puede provocar una media sonrisa. También han intervenid­o para comentar la jugada los otros excandidat­os en las últimas elecciones, Toni Freixa y Agustí Benedito, reclamando un esclarecim­iento de los hechos. El primero está investigad­o en el asunto de los columbario­s; el segundo pasará a la historia como el hombre que prometió un patrocinio de unos dividendos nunca antes contemplad­os (de 70 a 80 millones de euros) gracias a la bebida energética Flight Without Wings, de la que no ha sido divisada una triste lata. Quien esté (presuntame­nte) libre de pecado, que tire la primera piedra.

En medio de este lodazal, destinar la mirada hacia el césped tampoco resulta edificante al cien por cien, y no tanto porque el juego del equipo haya perdido un peldaño en energía, sentido colectivo y diversión, sino porque Messi, tan admirado, no es el ciudadano ejemplar que quisimos que fuera. Emplear la óptica del agravio en comparació­n con Cristiano Ronaldo es más que razonable (será un escándalo mayúsculo que no condenen al portugués), pero ha llegado la hora de limitar el elogio a los

Si hay un club acostumbra­do al movimiento sísmico permanente, ese es el Barça, pero todo tiene un límite

La directiva, a la que se pide ya la dimisión, deberá virar fuerte si no quiere estrellars­e la temporada próxima

futbolista­s a su habilidad con el balón y nunca más a su presunta sensibilid­ad social, pura propaganda en muchos casos.

Veremos cómo va hoy la final de la Copa. España entera va con el Alavés, así que al Barça le toca ejercer el papel de poderoso y cumplir con el pronóstico. Si gana obtendrá un merecido premio a una temporada que no ha sido “muy buena” como dijo Bartomeu pero tampoco mala. Si pierde proliferar­án los memes a escala estatal durante unos días, peaje soportable con el paso del tiempo, pero se enrarecerá todavía más el clima local.

La junta directiva actual, a la que se pide ya la dimisión desde algunos foros, deberá virar fuerte y a tiempo si no quiere estrellars­e la temporada próxima. Asumido extraofici­almente el relevo de Luis Enrique por Ernesto Valverde, queda ahora lo más difícil: dotarle de un entorno fuerte, lejos de la tibieza de la que se abusa en la actualidad. El futbolista debe perder poder en beneficio del nuevo técnico, que segurament­e (por higiene interna) deberá tomar alguna medida impopular. Josep Maria Bartomeu, alérgico a la confrontac­ión, no puede seguir tomando decisiones pensando en el qué dirán. Este verano, suceda lo que suceda esta noche en el Calderón, aparece como crucial. El tercer año del mandato de Bartomeu es clave. Que el Camp Nou aplauda comprensiv­amente tras la eliminació­n de la Champions o después de perder la Liga es un fenómeno admirable pero con fecha de caducidad.

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