Peluches sin entrañas
Médicos sin Fronteras clama contra las bombas trampa que deja el Estado Islámico durante su repliegue en Siria
La oenegé denuncia que la situación de los civiles se agrava porque el sistema de salud “está hecho añicos”
Todos cuantos han pasado una guerra civil suelen decir que con frecuencia resulta tan duro el conficto como los años que siguen al silencio de las armas. El final del conflicto en Siria no ha llegado, aunque hay ya zonas que se encuentran supuestamente estabilizadas. Son áreas, la mayoría de ellas arrebatadas al Estado Islámico, a las que están volviendo miles de desplazados. Se trata de regresar a ver qué ha quedado de la casa donde uno creció o de los campos de cultivo que por siempre sirvieron para el sustento familiar. Las tarjetas de despedida de los terroristas suelen ser minas antipersona y anticarro y bombas trampa que dejan esparcidas por doquier mientras se repliegan. Algunos de esos artefactos van ocultos en el interior de muñecos de peluche que, aunque pueden llamar la atención de cualquiera, suelen captar más la atención de los niños. Cuando se recogen del suelo explotan y se llevan con ello vidas o manos, piernas u ojos.
La organización no gubernamental Médicos sin Frontera (MSF), que gestiona seis centros médicos en el norte de Siria y proporciona apoyo a más de 150 hospitales y centros de salud en todo el país, ha documentado desde el 2015 decenas de casos de personas muertas o heridas –muchas de ellas acaban con miembros amputados– por efecto de artefactos explosivos con los que se toparon mientras regresaban a sus casas. Además de minas y diferentes tipos de bombas trampa, también resultan graves amenazas las piezas de artillería o municiones de gran calibre no detonados por diferentes avatares del combate y que, por tanto, pueden proceder de cualquiera de los bandos intervinientes en el conflicto. Según el informe Listas para explotar, de MSF, toda esta lista de peligrosos artefactos se han convertido en un obstáculo para la normalización de la población que regresa a sus zonas de origen o incluso que huye del fuego de las armas. “La mayoría de ellos asegura que uno de sus principales miedos es que ellos mismos o sus familiares y amigos fallezcan o resulten heridos mientras huyen de las líneas del frente o cuando traten de regresar a sus hogares”, señala la oenegé.
Se produce una combinación de dos circunstancias que castigan más si cabe a la población. No hay prácticamente operadores sobre el terreno que se encarguen del desminado o de la desactivación de explosivos y, además, como dice Joan Tubau, director general de MSF, “en Siria, tras seis años de guerra, entre muchísimas otras cosas, el sistema de salud está hecho añicos”. “La población necesita urgentemente atención médica de urgencia y de ayuda humanitaria en general”, subraya Tubau.
Así, por un motivo y por el otro, MSF reclama a los contendientes del conflicto, y también a la comunidad internacional, que faciliten “espacios humanitarios” que permitan paliar el padecimiento de la población civil. Si esas áreas e itinerarios seguros se abrieran con garantías, la ayuda podría llegar de forma fluida y con ella agencias humanitarias de desminado que se encargaran de esas tareas que, hasta ahora, han recaído en cuerpos de seguridad locales y hasta en civiles con escasos conocimientos que, en la mayoría de los casos, han acabado muertos. MSF afirma que conoce casos de vecinos que han decidido limpiar zonas o casas a cambio de dinero y que han acabado por perder la vida.
Este testimonio de uno de estos vecinos está recogido en el informe de MSF Listas para explotar: “Comenzamos a limpiar casas en la aldea de Jirn y desactivamos unos 30-40 artefactos explosivos improvisados y municiones sin detonar. El Estado Islámico había instalado trampas explosivas en algunos de ellos. Ahmed levantó un artefacto y enseguida vi que escondía otro debajo, pero ya era demasiado tarde. La explosión le mató y me causó heridas en una pierna; tuvieron que amputármela por debajo de la rodilla. Fue el 24 de julio del 2015”.