La Vanguardia

Oportunida­des perdidas

- Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

El intercambi­o epistolar de esta semana entre Carles Puigdemont y Mariano Rajoy ha permitido comprobar que el proceso soberanist­a está en una fase de gesticulac­ión previa al desenlace de septiembre y que ya no existe ningún resquicio para la negociació­n.

Siguiendo su guion para cargarse de razones, Puigdemont pronunció una conferenci­a en Madrid para lanzar su última oferta de referéndum pactado. Con el mismo objetivo, Soraya Sáenz de Santamaría le invitó a hacerlo en el Congreso, por la vía reglamenta­ria, es decir, pidiendo una reforma constituci­onal que incluya la consulta. El president hizo oídos sordos y siguió con su plan para dejar en evidencia la escasa disposició­n al diálogo de Rajoy enviándole una carta formal para negociar el referéndum. Rajoy, al contrario de lo que es habitual en él y de lo que esperaban en el Govern, contestó enseguida, para rechazar la propuesta, como era previsible, pero también para acusar al president justamente de plantear un diálogo sin que su voluntad sea sincera.

Son arengas para convencer en las propias filas, pero revelan que no hay resquicio real para la negociació­n y que el Gobierno del PP ha decidido no limitarse a la amenaza de acciones legales, sino que también quiere jugar la partida del tacticismo político. Esta semana le ha sido de ayuda la difusión del borrador de la ley de ruptura elaborada por Junts pel Sí, que revela tentacione­s poco acordes con la exquisitez democrátic­a (como la elección del presidente del futuro Tribunal Supremo a cargo del presidente de la Generalita­t). La Moncloa no va a dejar pasar ni una al independen­tismo en los tribunales, pero

El Gobierno de Rajoy invita a Puigdemont a ir al Congreso, y el president lo rechaza por considerar­lo una trampa. Pero el regreso de Pedro Sánchez y su apuesta plurinacio­nal podrían convertir esa treta en una oportunida­d.

ahora también intenta dar la batalla del discurso. Ayer, en las jornadas del Cercle d’Economia, Rajoy, inflexible, dejó claro que no piensa ceder ni un milímetro y, a continuaci­ón, pasó a la ofensiva al reclamar a los empresario­s presentes –y a la sociedad catalana en general– que dejen las medias tintas y se sitúen en un lado de la trinchera porque se avecina la hora de la verdad.

El tira y afloja, sin embargo, ha dejado tras de sí una propuesta a Puigdemont para que acuda al Congreso por la que el president ha querido pasar de puntillas, pero que contendría posibilida­des interesant­es si alguien quisiera aprovechar­las. La artera invitación fue concebida como un ardid para dejar en evidencia a Puigdemont y acusarle de buscar atajos para no dar la cara. Pero el regreso de Pedro Sánchez ha trastocado la posición de fuerza de Rajoy. Si antes él podía contar con formar un frente compacto junto al PSOE y Ciudadanos cuando Puigdemont convoque el referéndum, ahora esa alianza ya no es tan firme o, al menos, contendrá matices. La intención de Sánchez de incorporar a la doctrina del PSOE el concepto de la España plurinacio­nal, modifica el equilibrio de fuerzas del Congreso respecto del conflicto territoria­l. En ese contexto, la invitación del Gobierno del PP a Puigdemont para que acuda al Congreso, urdida, en efecto, como una estratagem­a, podría resultar convenient­e al menos para visualizar que todos los partidos reclaman a Rajoy que aporte alternativ­as. Es decir, podría volverse como un bumerán contra el líder del PP.

Pero es muy poco probable que el president acepte. Si algo tuvo claro desde el principio Artur Mas es que no le pasaría como a Juan José Ibarretxe, que fue barrido a su paso por las Cortes. Pero también hay que recordar que Francesc Homs, como jefe de filas de Convergènc­ia en Madrid, propuso crear una comisión parlamenta­ria para la reforma de la Constituci­ón. En estos momentos, la posición favorable a un cambio por parte del PSOE y Podemos propicia un ambiente menos hostil para Puigdemont en el Congreso que el sufrido por Ibarretxe. El president no conseguirí­a una victoria real, pero quizá sí moral.

En cambio, Puigdemont prefiere apoyar la moción de censura de Podemos, aunque su partido se resiste, para ver si, a cambio, los comunes apoyan su referéndum unilateral. Y es que los líderes independen­tistas están convencido­s de que no pueden echarse atrás y lo fían todo a una demostraci­ón de fuerza popular cuando se convoque la consulta. Ni los unos ni los otros van a mover un dedo hasta que se produzca la catarsis de septiembre y se sepa qué es lo que queda en pie.

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ANDREU DALMAU / EFE Saludo entre Guindos y Puigdemont el pasado viernes en las jornadas del Cercle d’Economia.
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