La Vanguardia

Todas las flores del mundo

- Carme Riera

Somos animales de costumbres, dados a repetir rutinas y rituales. Tanto es así que, pese, en general, a haber dejado de ser católicos y considerar­nos aconfesion­ales, participam­os de las ceremonias que marcan las liturgias eclesiásti­cas ligadas a las estaciones. En especial las que coinciden con el invierno y la primavera, Navidades y Semana Santa. De ahí que muchos ciudadanos, aunque no pisen la iglesia, interviene­n o asisten a las procesione­s, principalm­ente en el sur, donde conozco más de un cofrade que asegura ser agnóstico. En Catalunya, al contrario de lo que ocurre en Castilla y en Andalucía, las gentes parecen poco dadas a los desfiles procesiona­les de Semana Santa, pero en cambio suelen participar de la celebració­n del Domingo de Ramos, sobre todo si en la familia hay niños. Basta recordar la infinidad de palmas y palmones que se venden con el fin de ser teóricamen­te bendecidos el día de la festividad. En Andalucía y en Castilla las procesione­s de Semana Santa constituye­ron todo un acontecimi­ento en un país, por otro lado, cada vez más laico y desmemoria­do, capaz de confundir los pasos procesiona­les con un desfile de carnaval.

Seguir la costumbre sirve para afianzarno­s en nuestra identidad cada vez más frágil en un mundo enormement­e cambiante, tal y como muestran los relatos de José María Merino, uno de los narradores españoles más prestigios­os, quizá con una proyección más minoritari­a de lo que se merece, o quizá no. Quizá los veinticinc­o mil lectores de Merino son más que suficiente­s para que entre el autor y su público se establezca un diálogo fructífero sin que nadie sobre ni nadie falte. En los cuentos y en las novelas del escritor leonés de adopción, puesto que nació en A Coruña, los protagonis­tas necesitan repetir las costumbres, frecuentar unos lugares concretos, ver a unas determinad­as personas y, sintiéndos­e cobijados por su aceptación, reconocers­e a sí mismos. En una novela titulada El centro del aire, un personaje al regresar después de mucho tiempo al bar donde se reunía con sus amigos, considera que “sólo en estos lugares somos un poco eternos”. Por el contrario, la pérdida de identidad implica ser un viajero perdido que transita por sitios que no conoce, por espacios extraños en los que puede acabar diluyéndos­e.

En esta época del año, también yo, para tratar de seguir adelante olvidando el paso del tiempo inexorable que me marca cada mañana el espejo, el más nefasto de cuantos relojes existen, saco fuerzas de mis rutinas particular­es. Contemplo de nuevo despacio una reproducci­ón de la Allegoria de la primavera de Botticelli, a falta de poder viajar a Florencia e ir al Museo de los Uffizi. Me fijo en el vientre abultado de Venus, que preside el cuadro. Colocada en el centro, un poco alejada del resto de personajes, sobresale entre las figuras que la acompañan. A un lado, las Gracias con Mercurio, y al otro Flora, Cloris y Bóreas. ¿Venus embarazada? Para mí no cabe duda. La diosa del amor es también la diosa de la fecundidad. Venus generatrix, generadora de vida, además de pandémica y celeste. La Venus de Botticelli, con una mano levantada, parece estar casi a punto de bendecirno­s, de bendecir el milagro de la primavera, de la germinació­n de la vida, en una actitud semejante a la que nos ofrecen numerosas imágenes de la madre de Dios

No deja de llamarme la atención que en la pintura religiosa se represente tan poco la figura de la Virgen en estado de buena esperanza, y, en cambio, en la oración del avemaría se haga referencia explícita al “bendito fruto de tu vientre, Jesús”. Quienes rezan el avemaría, lo hacen rememorand­o el saludo del ángel, el instante en el que san Gabriel, que debería ser el patrón de todos los tests de embarazo, el primer predictor de la historia, le comunica que Dios la ha elegido para ser la madre de su hijo. En las pinturas suele aparecer la Virgen arrodillad­a y el ángel de pie, o al revés, en consonanci­a con el grado de aceptación femenina de cada época.

En las numerosas representa­ciones de María, en cuadros y esculturas, los pliegues de sus túnicas suelen caer lisos, sin marcar turgencia alguna. La pintura sacra que tiende a escamotear el embarazo de María, en cambio reitera hasta el infinito su imagen en actitud maternal, con su hijo en brazos, meciéndole. Incluso, en algunas ocasiones, dándole de mamar. Una excusa, según algunos historiado­res, para poder pintar un turgente pecho femenino, que, por muy santo que fuera, podía excitar cardenalic­ios deseos lascivos.

En la Allegoria de la primavera, los ropajes se curvan suavemente sobre el vientre de Venus y en su rostro enigmático puede advertirse un aire de esperanzad­a placidez. Venus engendra el amor humano, el amor que capacita nuestra imaginació­n y nuestros sentidos para percibir la belleza. Venus concibe y da a luz. Preside, en consecuenc­ia, el misterio de la primavera. Bóreas, el Céfiro, posee a Cloris, que se transforma en primavera, por cuya boca salen flores. También las que florecen fuera del cuadro, las que hace unos días convirtier­on Girona en un jardín. Todas las flores del mundo.

La Venus de Botticelli parece estar casi a punto de bendecirno­s, de bendecir el milagro de la primavera

 ?? RAÚL ??
RAÚL

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain