La Vanguardia

Ovejas que no saben balar

- Llucia Ramis

La escritora Cristina Fernández Cubas pasó unas vacaciones en el campo, a las afueras de Felanitx. Todo era idílico. Por la mañana, se despertaba con los pájaros y las ovejas. Pero esas ovejas balaban raro, dice. Como desganadas o afónicas. No sabían balar. Ahora estamos en El Vendrell, en el hotel Le Meridien Ra, que acoge el nuevo festival Transversa­l. El organizado­r, José Luis Espina, ha reunido a autores como Rosa Ribas, Manuel Vilas, Antonio Iturbe, Carlos Zanón.

A mí me gustaría ver al fantasma. Tiene que haber al menos uno, les comento a Sabino Méndez, Álvaro Colomer y David Castillo. La periodista Rosa Maria Calaf recuerda que, de pequeña, sus padres no le dejaban acercarse aquí. Entonces el edificio, asomado a un mar que tiene diez veces más yodo que la media del Mediterrán­eo, albergaba un sanatorio inaugurado por Alfonso XIII. Las primeras imágenes de la película Raza, escrita por Franco, se rodaron en este lugar; muestran el fusilamien­to de la comunidad que lo regentaba, al principio de la guerra.

Luego estuvo abandonado muchos años, desde 1960 hasta el 2003. Vándalos y aburridos fueron arrancando las baldosas de la fachada. De niña, la agente literaria Mònica Martín se colaba en las instalacio­nes con sus amigos, y a veces llegaban gitanos a caballo y ellos salían corriendo hacia la playa y se metían en el agua (vestidos y todo) para que no los pillaran. El editor Malcolm Otero asegura que todos los de Calafell se desvirgaro­n entre estas paredes en ruinas. Su abuelo, Carlos Barral, para quien el pueblo era el mito de la infancia feliz, escribió: “Implacable, crece aprisa un suburbio de hoteles y terrazas donde estaba la silla del recuerdo”.

Fernández Cubas habla del monstruo y la ficción con Fernando Iwasaki y David Roas, ante un público que llena la sala. Hay pinturas de Pérez Oliván en las paredes, hoy impolutas. Las jornadas han sido un éxito, y si te asomabas al spa antes del desayuno, veías a algunos escritores en bañador. Así no hay fantasma que se aparezca. Monstruo quizá fuera este sitio, cuando unos lo rehuían, y otros, años más tarde, vivieron en su interior las aventuras típicas de los edificios encantados. Actualment­e es tan espectacul­ar y tan de lujo como el programa cultural que ofreció el fin de semana pasado. Sólo se me ocurre otro hotel maravillos­o que organice charlas literarias impagables frente al mar, y es el Formentor. Esos encuentros son su alma.

Mis abuelos tenían una casa a las afueras de Felanitx. Muchos veranos, oí el balido ronco de las ovejas. Pero hasta que Fernández Cubas no lo ha comentado, nunca se me ocurrió articularl­o así: aquellas ovejas no sabían balar. ¿Será genético?, pregunta ella. La literatura embellece a los monstruos, disipa a los fantasmas, nos devuelve un momento a la infancia feliz. Le pone palabras exactas al sentimient­o, la silla del recuerdo.

La literatura embellece a los monstruos, disipa a los fantasmas, nos devuelve un momento a la infancia feliz

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