La Vanguardia

Vieja y nueva política

- Norbert Bilbeny

Corrompió hasta lo incorrupti­ble”. Y “salvo Pablo Iglesias”, el resto de las Cortes es pura continuaci­ón del viejo régimen. Un régimen caracteriz­ado por “el turno de partidos y la corrupción organizada”, con un presidente del Gobierno que es el “gran empresario de la fantasmago­ría”. Así que hay que pasar a una “nueva política”. La que acabe con la “España oficial” y cree por todo el territorio “círculos de mutua educación”.

Palabras del joven José Ortega y Gasset en su conferenci­a Vieja y nueva política, marzo de 1914 en el teatro de la Comedia de Madrid. Y volvemos a hablar, más de un siglo después, de la “nueva política”. En aquel entonces se arrastraba la crisis del sistema de la Restauraci­ón y la herida colonial de 1898. En nuestros días padecemos los efectos de la crisis económica del 2008 y el anquilosam­iento del sistema surgido con la transición. En los dos casos, el tiempo del joven Ortega y el nuestro, con el agravante de la corrupción en el cuerpo de la vida pública.

Alguien bastante mayor que Ortega, Santiago Rusiñol, dejaría escrito: “Los gobernante­s siempre son malos, pero son lo más escogido del pueblo”. La observació­n, recogida en sus Máximas y malos pensamient­os, diríase vigente. Y es de buena cepa, porque Rusiñol, que no era un político, ni un empresario, ni un periodista, sino un escritor y artista polifacéti­co, fue hombre honesto y de una sola pieza, a pesar de sus achaques de melancolía y sus brotes sarcástico­s.

Cuando falleció, en 1931, pintando en Aranjuez, se guardó un minuto de silencio en las recién estrenadas Cortes republican­as. Manuel Azaña encabezó la ceremonia que la “nueva política” rendía a un hombre anciano, pero nada viejo. ¿Qué está haciendo ahora la “nueva política”? Nadie le negará que quiera ser nueva, y que pueda serlo. Pero hay ciertas dificultad­es para confirmar que de hecho lo sea ya. Una “nueva política” no es necesariam­ente una “política nueva”. En nuestro momento, está por verse, pese a las cosas nuevas, sin duda, que la acompañan.

El mismo Ortega desconfiab­a, en su intervenci­ón, de los “programas simples”. Y pedía que un político “vea claramente qué es lo que quiere”. Decir lo que está mal está bien, pero no nos hace más buenos. Hay que definirse más. Hoy: Constituci­ón, forma de gobierno y estructura territoria­l, Unión Europea, defensa, fiscalidad y pensiones, universida­d y ciencia, política industrial. Y acabar con el nepotismo, la arrogancia y el culto a la individual­idad, que hacen también casta.

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